DON JUM DUZ DI SOEIS
Ó EL
DESCUBRIMIENTO
DEL RIO DE LA PLATA
DRAMA HISTORICO “CABALLERESCO EN
TRES ACTOS Y UN PROLOGO.
Representada con estraordinario aplauso en el
Gran Teatro de Solis de Montevideo , en las
noches del 13 y IT de Setiembre de 186'5
SU AUTOR
M. «Evtetang*
U862.2
T838d
-"■IDEO
LO, c -^lle Zavalv 156.
6 6
Es propiedad esclusiya del Autor.
Al Dor. D. Alejandro Magariños Cervantes,
DISTINGUIDO LITERATO ORIENTAL.
Estimado amigo :
Grato es para mi colocar al frente de esta obra
el nombre de un escritor americano, honra de su
patria , en muestra de gratitud pública d la Nación
Uruguaya en que he residido tantos años, y parti-
cular al literato que me dispensó sie >¡pre su fra-
ternal amistad y protección.
No es culpa del generoso pueblo oriental, si mis
opiniones monárquicas , aunque liberales, y mis de-
beres de familia y origen, limitaron los elementos
de bien estar para mi; tengo la convicción que al
naturalizarme aqui, obtendría cuanto se puede con-
ceder ü un ciudadano legal.
Al contraer compromisos sagrados y cumplirlos
durante doce años , renunciando d los derechos po-
líticos que me acuerda el generoso Código funda-
mental de la República y que hubieran hecho me-
nores los afanes de un padre de numerosa familia,
abriéndome varios caminos en que utilizar mis co-
nocimientos; creo haber dado una prueba de la
firmeza de mis opiniones y de la solemnidad de
mis deberes para con los mios.
— IV
En Y. encontré siempre el Juez benigno para
mis trabajos literarios y el guia, en unión del sábio
Doctor Acevedo, que tuve en mis estudios sobre la
legislación y el trámite de los Tribunales de la
República; en la que tanto se me distinguió siempre.
¡Cuan grato me será manifestar esto d la faz
de la Europa!
Montevideo y la infortunada Mendoza, bajo cu-
yas ruinas vi á mi inolvidable amigo y protector
el Doctor Don Martin Zapata , son nombres que es-
tán gravados en mi corazón con los indelebles ca-
racteres de la gratitud, y que haré bendigan mis hi-
jos, si la suerte los lleva con su padre á Europa.
Acepte caro amigo esta dedicatoria como una
muestra del fraternal afecto que le profesa
M. R. Tristany.
Montevideo, Abril de 1866.
prologo.
PERSONAJES. ? -
SALO'IS, jó ven hebrea.
SARA) anciana esclava»
D. RODRIGO DIAZ.
BEN ZACJÜHT, sábio hebreo.
FO RTEN SANCHEZ DE ATALOS»
ZURRI, moro esclavo.
Hébreos, embozados y soldados.
¿a acción iiene lugar durante el primer Cuadro en
la casa de Ben Zacuhten Sevilla, en el año 1475,
y en el segundo Cuadro en el Castillo de Lebrijá ,
perte necicnte o D. Rodrigo Díaz, el año 1483.
CUADRO I.
Salón morisco adornado con divanes , alfombras y
lámparas. Puertas laterales practicables. En el
fondo arcos árabes de una galería y vista á un
patio con jardín. A la derecha en primer término
una ventana con celosías. Es de noche.
ESCENA I.
Salomé y Sara.
Sar. — Cuan triste es nuestra existencia ea Se-
villa. ... En Toledo, pascábamos por las ori-
llas del Tajo; y algunas noches llegábamos
hasta la plaza de Zoeodover tapadas con el
manto. Desearía que dieramos pronto la
vuelta para Toledo. ¿Y vos señora?
Sal. — Yo quisiera mejor, no haber venido nun-
ca á Sevilla. . . .
Sar . — Os comprendo. El capitán D. Bodrigo
Diaz ha interesado vuestro corazón y esto os
hace padecer. . . .
Sal . — Si, Sara. Me hace sufrir infinito la conti-
. nua lucha que sostiene mi altivez con mi co-
razón. La una me aconseja no dar oídos á
las palabras del caballero cristiano y olvi-
darlo; en tanto, que el otro palpita sin cesar
por él.
— 4 —
Sar — Pero señora; yo creo que si el caballe-
ro os ama, no hay gran mal en que le corres-
pondáis. . . .
Sal. — ¿Tu olvidas que Don Rodrigo es noble j
cristiano; en tanto que yo soy una hebrea,
hija de un desgraciado á quien hizo ahorcar
el Duque de Medina Sidonia? (llora).
Sar. — Todo el mundo sabe, que el Duque acusó
á vuestro padre de latrocinios, que no co-
metió, para apoderarse de sus riquezas. . . .
Sal. — Veinte años fué su tesorero y al fin. . . .
(afligida).
Sar. — Desechad penosos recuerdos.
Sal. — Mi tío Ben Zacuct se propone tener una
conferencia con Don Rodrigo para que le sir-
va en sus planes políticos.
Sar. — Yo no dudo que el valiente caballero se
prestará gustoso; pues de ese modo conse-
guirá entrada en esta casa y os verá con fre-
cuencia.
Sal. — Hace poco vi á mi tio darle un mensaje
á Zimri para el capitán invitaudolo á una
conferencia aquí y esto me tiene cavilosa.
Sar. — ¿Porqué razón?
Sal. — Porqué talvez piense Don Rodrigo que
tengo alguna parte en el asuuto y juzgándo-
me una intrigante me desprecie.
Sar. — No lo temáis.
Sal. — Tu cariño te ciega, pues no soy mas que
una humilde hebrea. . . .(con pena)
Sar. — ¿Quisierais haber nacido cristiana?
— 5 —
Sai . — Quisiera haber nacido cristiana y noble
para llegar á ser esposa de Don Rodrigo.
Sar. — (Aparte) Sí ella supiera. . . .
Sal — No debo abrigar esperanza. . .'.
Sar. — (Aparta) Yo haré que sea dichosa) Si me
permitís señora quisiera ir hasta cerca del
Alcázar.
Sat. — Vé y no tardes. ( Vase Sara.)
*
ESCENA II.
Salomé.
Ahí triste de mi!. . porqué habré dado
entrada en mi corazon'al amor hacia un ca-
ballero cristiano noble y rico, que talvez
me ame por capricho y que mañana me ol-
vidaré ¿Que somos hoy los hebreos en
Bspafin? — una raza proscripta y condenada
á la humillación y al desprecio o : go
hablar miraré por la celosía (m : . ■<<).
Zimri le da un mensaje ¡i Don Rodrigo y e.
te lo lée á la los del farol que alumbra el
Cristo que está eu Ja esquina ya se
dirije aqui ¿que haré?
ESCENA III.
Dicha y Don Rodrigo.
Don Rod. — Paréceme señora que estoy siendo
juguete de un ensueño, al verme en vues-
tra presencia.
Sal — Caballero
— 6 —
DonRod. — Necesito que vuestra voz lo afirme
para creerlo. .. .
Sal. — Permitidme señor que me retire para
dar aviso á mí tio de vuestra llegada.
Don Rail. — Deteneos señora un instante.... -
Yed si tenia razonen deciros que creía es-
tar soñando; pues que mas triste despertar
que saber os soy odioso, cuando al verme
huís de mi?
Sal.—* Sois injusto caballero; pues hago justi-
cia al mérito que os distingue; pero es tan
grande la distancia que os separa de la hija
del infeliz Salomón Uen-Xuza, que no debeis
estraüar rehúse corresponder á vuestro
amor, mas por sobra de a!li\cz que por falta
de estimación á vuestra persona. ... adiós
cabaPero.
Don Rocl. — Cruel Salomé. . . .¿os alejareis $in
decirme una palabra que anime mi esperan-
za?
Sal. — Olvidadme; y sabed que hay quien su-
fre mas que vos. . . . (Vtíse.)
ESCENA IV.
Don Rodrigo.
Si es hebrea esta mujer es un prodigio, porqué
jamas vi dama, que pueda compararse ¿ella.
Vive Dios, que su mirada y el brillo altivo
que la inflama, la magestad de su porte y su
ademan bien podrían enorgullecer á la mas
bien nacida Castellana. Lo cierto es qne se-
rá mi esposa, y lo noble dé mi linaje cubri-
rá la oscuridad del suyo. .. .Veamos que
pretende de mi el astuto hebreo Samuel
Ben-Zacucht. . . .El mensaje en que me pi-
de una entrevista no es muy claro.
ESCENA V.
Don Rodrigo y Ben-Zacuht.
Ben-Zac . — Os saludo noble caballero y os agra-
dezco honréis mi casa, pues como os dije en
mi mensaje debeis disculpar el que en vez
de ir á buscaros
Don BoJ. — Ls iuútil os disculpéis, pues encuen-
tro muy razonable, que teniendo que tratar,
según decís en vuestro mensaje, asuntos de
alca importancia, os haya parecido poco se-
guro el alojamiento de un soldado en el cual
las paredes pueden ser indiscretas. .....
Bcu-Za c . — Decís bien, señor capitán
Don Bod . — Se lo espero tengáis á bien decirme
lo que pretendéis de mí.
Ben-Zac . — Sé que sois un cumplido caballero y
no dudo que me daréis palabra de guar-
dar secreto sobre lo que voy á proponeros, en
caso de que no queráis prestaros á ello.
Don Bod. Hablad con entera confianza, pero os
prevengo que sí se trata de algo contrario á
mí Dios 6 ú mi Rey, haréis mejor en callar.
Ben-Zac. Precisamente se trata de que pres-
téis servicio al Rey.
— 8 — ,
Don Rod . — El Rey?
Ben-Zcic. —Si, el Rey.
Don Rod . — Pero cuál?
Ben-Zac . — El Rey Don Enrique, porque el de
Aragón aun no puede llamarse Rey de Cas-
tilla, y vos sois castellano.
Don Rod — Por Santiago que sí! dadme oro bas-
tante y os ofrezco que en pocos dias tendré
mucha gente dispuesta á proclamar á Doña
Juana heredera del trono, contra las maqui-
naciones del de Aragón.
Ben-Zac . — ¿Os olvidáis del duque de Medina
Sidonia?
Don Rod . — No por cierto, si sale de su niuo de
buitres ; apesar del Rey de Aragón lo colga-
rémos.
B-Zac . — Pero no dejeis en olvido la prudencia.
Don Rod . — Perded cuidado: en cuanto á las ar-
mas yo haré que Padul el Armero de Triana
acopie las que se puedan necesitar.
j Ben-Zac . — Luego os entregaré diez mil duca-
dos; los cuales voy á buscar en casa de un
amigo, y si volvéis después de hablar con el
armero, os los entregaré.
Don Rod . — Pronto daré la vuelta.
Ben-Zac . — Al regreso os presentaré aquí algu-
nos de mis hermanos que espero para confe-
renciar.
Don Rod. — Vamos. (Talvez logre volver á verla,)
— 9 —
ESCENA VI.
ZlMRI.
Por Mal-orna, que necesito contener el furor de
mi alera, calmándola con la idea de mis fu-
turas venganzas.. . . Cristianos y hebreos. . .
razas malditas ! no comprendéis lo que un
africano sabe guardar bajo la apariencia de
la insensibilidad Para vosotros un mo-
ro esclavo no es un hombre, y sin embarga
le dejais que sorprenda vuestros secretos y
le permitís que tenya siempre á la mano un
puñal para heriros con él cuando menos lo
penséis Yo he jurado por la mezquita
delProfeta saciare! odio que llena mi cora-
zón con el espectáculo de vuestro estermi-
Hiel
ESCENA VIL
Dichos y Foutun Sánchez.
F. Saich . — En que piensa el tigre moro? [Colo-
cando lina mano en el hombro de Zimri).
Zim. — Señor Fortun ! [Sacando el puñal sorpren-
dido y reconocí, 'adule lo (ja arda).
F. Sanc'i . — Guarda tu puñal
Zim. — Mabcis entrado tan sigilosamente que se
conoce estáis ducho en el arte de conspirar
F. Saaclt . — Nb estas equivocado Zimri. En es-
tos tiempos, para medrar se necesitan tres
cosas : buenos ojos y oidos, una ancha con-
ciencia y una buena espada.
— 10 —
Zim. — Tengo grandes noticias que daros.
F. Sanch . — Habla ; doblas tengo para recom*
pensarte.
Zim . — Dentro de poco tiempo deben, reunirse
aquí varios hébreos, para convenir en pres-
tará D, Enrique seiscientos mil ducados que
les ha pedido este, para los gastos de la
guerra que se propone declarar al Rey de
Aragón.
F. Sanch. — Hola ! sigue
Zim — Ben-Zacuth ha logrado ganar al capitán
D. Rodrigo Diaz, para que este se alce en Se-
villa proclama udo heredera del trono á Doña
Juana.
F. Sanch. — Por Barrabás, que están locos! ¿Aca-
so piensan que el Duque de Medina Sidonia
les dará tiempo para tanto?
Zim. — Quien sabe Ellos cuentan con el
de Portugal.
F. Sanch. — Toma Zimri. (T.e ú ! v.n bolsillo.) Ten
por seguro que las doblas de mi señor re-
compensaran tus servicios.
Zim. — Ya sabéis que yo aborrezco á los hé"
breos J^a causa que me impulsa contra
ellos, es negra como la noche y sombría co-
mo mi corazón.
F. Sane. — Bien Zimri; á ti te anima un deseo de
venganza negro como tu ; y á mi la espe-
ranza de calzármelas espuelas de caballero y
fundar un feudo con las dadivas del Duque
mi Señor Me retiro antes de que lie-
— li-
guen los hebreos, pero he de volver mas
tarde ( váse ).
Zim. — Os aguardo.
ESCENA Y1II.
ZlMRI Y DESPUES LOS HEBREOS.
Zim . — Algún plan siniestro ha formado el es-
cudero del Buque. .... .si el supiera el mó-
vil que me impulsa no me ofrecería oro.
contribuyendo á que los cristianos sacien
mutuamente sus venganzas logro yo la
mia!
( Aparecen los hebreos, Zlmri sale d su encuentro).
Zim . — Mi señor os aguarda y tengo orden de
conduciros al salón; seguidme.
(Entran Zimriy los hebreos).
ESCENA IX.
Sara, despees Zimri.
Sar. — En vano caminé, pues D. Juan de Solis
he sabido que partió para Lisboa y tendré
que esperar su regreso para decirle que su hi-
ja no ha muerto. . . .Infeliz Búa. Luz! yo haré
la felicidad de la que me confiaste revelando
á su padre el secreto de su existencia....
aqui tengo una tira de vitela con algunas
palabras de Búa. Luz que me servirán para
probar que Salomé no es hébrea
Zim. — ¿Ya estáis de regreso?
— 12
Sar — Si, Ziifirl.Te encargo qne cierres las puer -
tas, pues la noche está avanzada^ no deben
descuidarse las precauciones, (vase Sara).
Zim. — Así lo haré.
ESCENA X.
v
ZlMRI, DESPUES FORTUK SaüíCHEZ Y EMBOZADOS.
-
Zim. — Estuve escuchando la conferencia y to-
dos los hebreos están conformes en prestar
á D. Enrique los seiscientos mil ducados.
¡ [Entran Fortun y Embozados).
F. Sanch. — Marchad con cautela. Tu Zimrí, con-
duce á estos al salón en que están reunidos
los hebreos (yo voy én busca de la paloma)
{aparte.) Vosotros seguidme. (A unos embo-
zados).
Zim. — ¿Que intentáis?
F. Sanch. — Guia pronto, y silencio. . . .
(Entran Zimri y unos embozados por la derecha
y Fortun y los otros por el fondo , también dere-
cha. Durante unos instantes q >eda la escena
sola y se oyen las tres campanadas de la Que-
da, y al mismo tiempo a y es y clamores en el
interior. A poco salan embozados llevando bol-
sas y pequeños cofres, que se suponen de di-
nero, y aparecen Fortun y embozados condu-
ciendo ci Salomé).
ESCENA XI.
Eortuií, Salomé y embozados, después
Rodrigo y soldados.
Sal . — Matadme y no me ultrajéis!
Fort .— Arrimad la lítela.
Sal . — Dejadme por el Cielo!
Fort . — Hebrea ven!
Sal . — Socorro D. Rodrigo!
(Aparecen D. Rodrigo y soldados, Fortnn huye
deja á Salomé)*
D. Rod .— Llegué á tiempo, vive Dios!
Fort .- — Maldición !!! (huye.)
Sal. — Ah! D. Rodrigo. . . . (Se abrazan )*
FIN DEL CUADRO.
CUADRO II
DECORACION.
Sala de armas del castillo gótico de Lebrija, adorna -
dason trofeos, retratos de guerreros, una gran
ruma con candelabro y bujías encendidas y algu-
nos sillones. En el fondo un gran arco de entrada
d la capilla, la cual se verá iluminada. A la de-
recha tres puertas practicables. A la izquierda
una galería. Es de noche.
ESCENA I.
i
Pero Perez y Ben-Zacuth.
Ben-Zac. — Verdaderamente señor Escudero,
que la muerte de Sara y la de los demas he-
breos asesinados por orden del Duque de
'Medina Sidonia, fue cumplidamente vengada
por D. Rodrigo.
P. Per . — Llegasteis con mi señor oportuna-
mente; en los momentos en que Sara espira-
ba; sin esto aun seria tenida por hebrea mi
señora, pues el secreto de su nacimiento se
habria sepultado con la esclava.
Ben-Zac . — Tal cosa se propoudria la duquesa.
16 —
Candando sin duda á Fortun para que ma-
tase á Sara.
P. Per . — Supo D. Rodrigo lo que pasaba en
vuestra casa y reunió los suyos llegando por
fortuna á tiempo para libertará mi señora, y
después asaltamos el palacio de Medina Si-
donia en donde mi señor se batió con el Du-
que matándolo de una estocada.
Ben-Zac . — ¡ Noche cruel fué aquella !
P.Per . — Olvidé sus' pesares con las bodas de
mis señores que se efectuaron en este casti-
llo con el benéplacito del Rey y de D. Juan
de Soiis.
Ben-Zac . — Habríamos todos s‘do muy felices
si el primer hijo de Don Rodrigo no hubiera
desaparecido tan misteriosamente, ocasionan-
do esta desgracia una pesadumbre, déla que
aun no podemos consolarnos.
P. Per . — Voto á bríos! Que si pudiera devol-
ver á mi señora su hijo, daría gustoso los
años que me quedan de vida, pero todas las
indagaciones han sido inútiles. El niño de-
sapareció una noche tempestuosa de su le-
cho sin dejar rastro akuno.
Ben-Zac . — No dudéis que ese rapto fué obra de
la Duquesa de Medina Sidonia. La perversa
muger necesitaba una venganza y eligió la
mas cruel, pues robar á unos padres su pri-
mer hijo es para ellos mas doloroso que la
muerte.
P. Per . — Ocupados en la guerra no hemos po-
dido estender las indagaciones; pero afor-
— 17 —
lunadamente ha concluido, y yo he de bus*
car modo de aproximarme al Castillo de
Medina Sidonia para descubrir el paradero
del joven D. Juan.
Ben-Zac . — La política de los Reyes Católicos
pacifica el Reino, y pronto será fácil obte-
ner algunos indicios que nos guien.
P . Per. — Hace tiempo que la Duquesa de Me-
dina Sidonia no nos manda espias como an-
tes solia hacerlo, á los que nosotros colgá-
bamos de una almena, como hicimos con
aquel perro moro que tomamos algunos dias
antes de la desaparición del niño
Ben-Zac . — Sin embargo bueno es que estemos
prevenidos; teniendo enemigos tan pérfidos
y tan poderosos.
ESCENA II.
Dichos y Zimri por la galería.
Zim . — Un peregrino que viene de Santiago de
Compostela, ha llegado á la puerta del Cas-
tillo, solicitando hospitalidad por esta noche
con motivo de la tempestad que amenaza.
P. Per. — Hazlo entrar y condúcelo aquí, (se re-
tira Zimri ) —
escena m.
Dichos, Fortun disfrazado de Peregrino
y Zimri.
Ben-Zac . — La peregrinación á Santiago de
2
— 18 -
Compostela no ha disminuido con el trans
curso de los años, y sin embargo, hace tiem-
po que no hemos visto llegar por aqui pere-
grinos.
Per. Per. —Yo me alegro de la venida de este,
pues como vivimos encerrados en nuestra
fortaleza, carecemos de noticias, y el pere-
grino podrá darnos algunas de los Reyno s
de León y de Castilla.
( Entran Fortun y Zimri, y este se retira).
Fort. — El Apóstol Santiago, premie la hospitali-
dad que me concedéis en esta mala noche.
P. Per. — Sentaos hermano y descansad. (Se slen--
tan). En el castillo de D. Rodrigo Diaz, halla-
reis la hospitalidad que nos impone como de-
ber la religión que profesamos, y dentro de
poco podré presentaros á mis señores, pues
o : go que ya sedirijen á esta Capilla.
JSen-Zac. — (Aparte). (No me agrada el pere-
grino).
P. Per. — ¿Hace mucho tiempo que salisteis de
Santiago?
Fort. — Hará unos seis meses. Habiendo sufrido
una grave enfermedad; hize voto de ir á . vi-
sitar el Santuario de Compostela, si de ella
me restablecia ; y esa es la causa de mi pe-
regrinación.
P. p er% — Nosotros vivimos en nuestro Castillo
esperando con impaciencia el dia en que se
nos haga marchar contra los moros de Gra-
nada; pues ya es tiempo ¡vive Dios! de que
España lave la afrenta que debió á la trai-
— 19
cion del Conde Don Julián, arrojando á los
moriscos de su suelo.
Ben-Zac . — Aquí llegan los señores.
ESCENA IV.
Dichos, Don Rodrigo, Doña Juana y séquito.
P. Per. — Señor, si me permitís os presentaré á
este peregrino á quien he dado hospitalidad
por esta noche, contando con vuestro bene-
plácito.
Don Rod . — Has hecho bien mi fiel escudero,
pues sabes que tu señor se complace en
cumplir con los deberes de cristiano y ca-
ballero.
Fort . — El noble D. Rodrigo Diaz jamas recibió
en su Castillo un peregrino que sepa apre-
ciar mejor que yó las gracias que se le dis-
pensen.
Don Rod . — Conócese por el ademan que el pe-
regrino es noble
Fcrt . — De tan buen solar como el del Cid, aun-
que sabéis que el sayal impone al peregrino
la humildad como penitencia.
Don Rod . — La discreción es el primer deber
que al caballero exije la hospitalidad, haceos
servir como si estuvierais en vuestro mismo
hogar, pues noble ó plebeyo sois por esta no-
che huésped en mi castillo.
Doña Juana . — Es la hora señor peregrino en
que acostumbramos cumplir con los deberes
— 20 —
religiosos de la noche y os invito á que nos
acompañéis ála capilla; si os place
Fdrt . — Alta y poderosa dama, en ello me hon-
ráis realizando mis deseos.
Don Rod. — Vamos. ( Entran todos en la Capilla.)
ESCENA V.
Zimri ( avanza lentamente oyéndose el éco lejano de
un órgano.
Heme áqui siempre esclavo Dema-
siado ha dormido tu venganza Zimri....
aun te parece ver la sombra de tu hermano
Jehú diciendoté con furibunda voz, ¡venga-
mé hermano mió! ¡vengamé! ( éco del órgano )
Jehú era un gallardo mozo La tribu de
Kahmsin lo admiraba, y Zimri el Señor de
ella comtemplaba con orgullo al que debia
ser el mas valeroso guerrero del desierto;
pero llegó un dia en que los cristianos, sa-
liendo de sus rocas como una bandada de
buitres, se lanzaron sobre el Africa y los li-
bres gimieron en la esclavitud. Oyéndose
llamar por sus verdugos ¡perros moros! y
viéndose separados. Jehú deseaba ver á su
hermano y huyó del Castillo de Alcántara y
atravesó los bosques ocultandosé de dia y
caminando con las sombras de la noche,
[órgano). Oí decir que había sido tomado un
espia moro, y cuando movido por la curiosi-
dad fui á verlo, mis ojos contemplaron con
— 21
horror el cádaver sangriento de Jehú balan-
ceándose en las almenas y sirviendo de es-
carnio á la soldadesca! jAy! con que
amargura oculté la desesperación de mi al-
ma en aquel instante! mis ojos no s^
cansaban de mirar, conteniendo las lágrimas
que cual gotas de hiel caían sobre mi cora-
non! ( órgano ) Era mi hermano, cristianos! Im-
béciles, no habéis conocido que desde en-
tonces os acecha el moro como un tigre ham*
briento, anhelando ¡venganza! venganza (se
oye un canto religioso y el órgano.)
Rogad! Rogad! Y tu cristiana pide á tu
Dios que te devuelvan el hijo que te han
robado La venganza del moro no es-
tá satisfecha aun, necesita sangre y ester-
minio; y lo juro por Mahoma, hermano mió,
hermano de mi alma, seras vengado! Ya sa-
len, ocultaré mi turbación eu las sombras de
las galerías. ( vase .)
(Salen D. Rodrigo, Pero Pérez, Zacuth, y séquito ,
y atraviesan desde la capilla entrando al inte -
rior; Fortun sigue detras y queda en la escena.)
ESCENA VI.
Fortun después Zimri.
Fort. — La castellana quedó rezando en la capi-
lla. Todos se handirijido adentro y yo po-
dré conferenciar con Zimri.
Z»m. — ¿Estáis solo?
— 22 —
Fort. — Si moro, avanza.
Uní. — Muchos años han pasado desde eh día- en
que disteis buena cuenta de los hebreos,
Fort. — Y hoy como entonces cuento contigo
0 para llevar á cabo-mis planes.
Zim. — ¿Con que fin habéis venido ?
Foft. — Con el de vengar la muerte de mi- Señor
el Duque de Medina Sidonia.
Zim. — Yo esperaba que asaltarían este castillo.
Fort. — Tal cosa no es posible, porqué los Reyes •
Católicos castigan severamente tales hechos.
Por esta razón no pudiendo conseguir mi
Señora una venganza publica, me encargué
yó de lograr una secreta, contando para esto
contigo.
Z¿m. — Aquella puerta dá entrada á un camarín
desde el cual fácilmente puede llegarse al
dormitorio del Castellano, forzando un cer-
rojo pequeño que asegura una puerta de co-
municación.
Fort. — ¿Y para la retirada?
Zim. —Al fin de esta galería hay un torreón que
comunica al foso por una poterna carcomida
y mal cerrada.
Fort.-^ Basta con eso. Forzaré el cerrojo; y
una vez dado el golpe ganaré la poterna y
me reuniré con mis gentes que me aguardan
en el bosque inmediato.
Zim. — Cliíst gente viene
Fort. — Retiraté y observa. ( Vase Zimri.)
ESCENA VII.
Bortun; después Pero Perez.
¡Fort. — Gracias al moro daré el golpe, y mi Se-
flora quedará satisfecha, logrando SU ven-
ganza.
P. Per. — Cuaudo gustéis rec ojeros señor pere-
grino, la cámara que se os ha dispuesto está
pronta. Venid y la vereis. En ella hizé que
ante todo os pusieran en la chimenea un
buen tronco de hencina; y ademas sobre la
mesa teneis unos fiambres y frutas secas,
por si os parece reponeros del ayuno.
Fort. — Gran merced me hacéis con vuestros
cuidados, señor escudero, y ellos demues-
tran que sois del solar de un caballero noble
y cristiano. Vamos. (Vanse por la izquierda.)
ESCENA VIII.
Don Bodrigo con un pliego en la mano y
BEN-ZA CUTER
Don fíod. — No solo miro en vos el leal amigo
sino también el sabio consejero.
Den-Zae. — Después de aquella noche en que
castigasteis el crimen del Duque de Medina
Sidonía no nos hemos separado porque pude
apreciar lo que valéis. .. .. ¡ ¡
Don Ilod. — En este mensaje los Beyes Católicos
me ordenan aprontar los hombres de armas
— 24 —
,de mi feudo, y sus Altezas sabiendo que el
Ducado de Medina no tiene espada que
mande sus vasallos me nombran gefe de las
lanzas y ballestas de aquel señorio. Por un
lado quisiera llevar al cerco deAlhamaá I03
vasallos de Medina para gloria de nuestra
causa ; y por otro recelo que la Duquesa se
considere mortalmente herida en su orgullo
con la disposición de los Reyes, pues como
sabéis es mi enemiga.
Ben-Zac . — Yo creo señor que deberíais hacer
presente á sus Altezas vuestro recelo y ellas
con su sabiduría y prudencia determinarán
lo que juzguen conveniente.
Don Rod . — Hablasteis como varón esperimen-
tado y seguiré vuestro consejo. Yamos á la
Biblioteca para convinar el mensaje en con-
testación al de los Reyes.
Ben-Zac . — Os sigo señor. ( Vánse .)
ESCENA LY.
Fortun Sánchez ( avanza lentamente oyéndose los
últimos loques de la Queda y se ven algunos re-
lámpagos).
Todo vá quedando en el mas profundo silen-
cio Dentro de poco llegará el mo-
mento de realizar mi plan No dije al
moro todo lo que aquí me trae Cuan-
do pienso que los Reyes Católicos han íwm-
_ 25 —
brado gefe de las lanzas de Medina Sidonia
al matador del Duque, temo que me falte la
calma ¡ Ira de Dios ! antes que tal hu-
millación abrume al feudo en que sirvo, no
quedará piedra sobre piedra en este Casti-
llo ! Yo crei que se trastornaba la ra-
zón de mi señora cuando recibió el mensaje
en que los Reyes la ordenaban entregase las
lanzas y ballestas de su feudo á Don Rodri-
go, tan inmenso furor la acometiera. Sus !
Fortun! Tu eres el solo halcón que hay en
Medina Sidonia y tuya debe ser la presa!
Alguien llega (Se oculta en la puerta.)
Es Zimri !
ESCENA X.
Dicho y Zimri.
Z im . — Todo está en silencio. Pero Perez hace
la ronda y el torreón y la poterna de que
os hablé han sido ya visitados por él; Doña
Juana permanece en la Capilla.
(¿ Relámpagos y truenos lejanos .)
Fort . — Don Rodrigo estará ya en su cámara?
Z im . — Es probable. El castellano se levanta
siempre con el dia y el toque de la Queda
lo sorprende en el lecho; no asi Doña Juana
que acostumbra visitar la Capilla á deshoras
de la noche, y que suele vagar como un fan-
tasma por las galerías, cual si temiefj&iRna
lorpresa .....
— 26 —
'Fort. — Ella ssbe que en Medina Sidonia tiene
enemigos......
Z im. — Por esta vez Doña Juana tendría razon>
pues la venganza se ha deslizado en el Cas-
tillo como una serpiente. . . . . . ( Relámpagos .)
Fort . — Voy á reconocer la puerta de comuni-
cación’; tú vigila en la galería. [Entra For-
tun, y Ztmri se oculta .) [Pausa.)
ESCENA XL
Ben-Zacuth, y Zimri oculto.
Ben~ lac . — Se escribió el mensaje para los
Beyes y entró en su dormitorio D. Rodrigo.
La tempestad avanza y yo en vano buscaría
descanso en el sueño, pues me siento agita-
do por estraños presentimientos. ... [Truéa-
nos y relámpagos .) Los Beyes Católicos no
han pensado al dar el mando de los hom-
bres de armas de Medina á D. Rodrigo, que
esto equivale á injuriar á la altiva y feroz
Duquesa, cuya venganza fué sin duda la que
nos llenó de luto con el rapto del niño. . . .
Ese peregrino tiene una mirada falaz y me
ha parecido que disfrazaba la voz.
Talvez me engañe Por si acaso velaré
por la seguridad de mis protectores
[Relámpagos y truenos.)
Zim. — [Oculto) En que pensará el maldito Judio*
Pero Perezse dirije á estos lados con los ba»
llesteros, y si ahora sale Fortun será perdi*
— 27 —
do ( Sigue la tempestad. Rumor dentro de
gritos y ruido de armas).
Ben Zac. — Que rumor es ese? ( Con sobre salto.)
Auméntase el rumor y aparecen al mismo tiempo; el
Peregrino que atraviesa rápidamente desapare-
ciendo y Doña Juana en la puerta de la Capilla »
ESCENA XIL
Dichos, Doña Juana, Don Rodrigo, Pero Pe-
rez y Ballesteros.
Doña Juana . — Que rumor!
Ben Zac. — Señora
Don Rod. Traición! traición! ( sale ensangrentado
y descompuesto).
P. Per. — Acudamos !
Doña Juana — Rodrigo mío í
Don Rod . — El peregrino me hirió con su pu-
ñal!
P. Per . — Y el traidor donde está?
B. Zac . — Huyó rápidamente.
Don Rod . — Ah ! los reyes. .... .Adiós!
(Espira.)
Doña Juana — Ay! Dios! se muere! Esposo mió!-
P. Per. — Señor!. . . .
B. Zac . — Ha espirado !
Zim . — (Sombra de Jehú! Mira!)
(Aparte con feroz alegría).
CAÉ EL TELON.
PERSONAS
LA. DUQUESA DE MEDINA SIDONIA.
DOÑA LEONOR HURTADO DE MENDOZA.
XIMENA.
DON JUAN DE TOLEDO (DON JUAN DIAZ DE
80LIS).
FORTUN SANCHEZ DE AVA LOS.
DON FRANCISCO DE TORRES,
ZIMRI.
PERO PEREZ.
JBEN-ZACUTH.
FRANCISCO DEL PUERTO.
MARQÜINA.
ALARCON.
BALLESTEROS , SOLDADOS , INQUISIDORES Y
MARINOS.
ACTO I
DECORACION.
Galería del Palacio Real en Santa Fé, que correrá
por toda la derecha , con gradas , A la izquierda
dos casas; la primera con jardín y cenador ; en
la otra casa una gran puerta practicable. En el
fondo el campamento del ejército . español con al-
gunas tiendas de campaña y estandartes con la
cruz por insignia. En la galería del Palacio al-
gunos sillones, viéndose cruzar por el fondo un
centinela con la pica de la época. En los pilares
de la galería y del corredor faroles que se en*
tenderán al toque de oraciones ,
ESCENA I.
Don Juan de Toledo y Don FRAnciseo de Ton*
res, amibos con el uniforme de capitanes de ba -
llesteros.
Tol . — Pronto el estandarte cristiano flameará
sobre los muros de Granada; consiguiendo
nuestros reyes la gloria de haber redimido á
Espaüa de la dominación Sarracena; arrojan'
— 32 —
do al Africa á Boabdil, ultimo de sus Kalifas.
Tor . — Anunciase que en breve debe hacer el
Bey moro entrega de las llaves de Granada,
y con ese motivo vienen de todas partes
personas deseosas de presenciar tan solem-
ne ceremonia.
Tol . — Durante el camino que traje desde Ma-
drid, no he dejado de ver literas y ginetes,
dirigiéndose á esta ciudad, y entre los que
venian hize relación con un sabio genoves
y me habló de un Nuevo Mundo, que pien-
sa descubrir del otro lado de los mares.
Tor . — Oí hablar de ese hombre y muchos lo
tienen por loco.
Tol.— Asi opina el vulgo de todos los hombres
grandes, cuj o talento no comprende.
Tor . — Eso de engolfarse en alta mar, es cuasi
tentar a Dios. . . .
Tol . — Las palabras del sabio genoves, me en-
tusiasmaron, apesar de la preocupación en
que me tenian mis pesares.
Tor . — He notado, que habéis vuelto de Madrid
mas taciturno que antes ¿ acaso seguís aman-
do ála desconocida?
Tol . — Siempre
Tor . — Si queréis confiarme vuestras penas,
puede ser que mi esperiencia os sirva de
algo.
Tol . — Si lo haré; pero antes necésitare referiros
algunos pormenores de mi vida.
Tor . — Os oiré con gusto, y se hará mas corto
el tiempo de la guardia que hacemos juntos.
S3 —
ToL*~- Fui educado por un hidalgo deAlcántara
llamado Don Juan de Toledo, el cual me dió
su nombre, legándome sus cortos bienes
de fortuna; pero mi nacimiento es descono-
cido, pues siendo muy niño me entregaron á
él unos pastores diciendo que me habían ha-
llado en un bosque.
Tor. — Raro suceso.
Tol. — Mi protector me adoptó por hijo, edu-
cándome cristianamente y me colocó al ser-
vicio de los Condes de Santaren.
Tor. — En cuya casa os conocí.
Tol. — Como sabéis desempeñaba alli el cargo
de doncel, hace seis años, y una noche tuve
ocasión de impedir que unos malvados ul-
trajasen á una dama, cuya litera avanzaron.
Tor. — Me contasteis el hecho, y recuerdo que
una de ellas, era según dijisteis, joven y
hermosa. ¿No tratasteis de averiguar su
nombre y morada ?
Tol. — Debía ser discreto, para no faltar al de-
ber de un caballero, y por esto me limité i
manifestar mi nombre y condición.
Tor. — Fuisteis demasiado escrupuloso. . . .
Tol. — Esperad. . . .Dos dias después recibí una
banda primorosamente bordada, y con ella
una tira de vitela, en que decía «si deseáis
ver á la dama que obligasteis, id al Prado
del Rocío á pasearos después de oscurecer».
Tor. — Y fuisteis?
Tol . — Si; logrando volver á ver á la bella des-
conocida.
3
— 34 —
Tor . — Y no os dijo su nombre y su morada ?
Tol . — Supe que se llamaba Leonor, que era
huérfana y que vivía con una señora muy rí-
gida, por lo que me suplicó no la compro-
metiese con alguna indiscreción.
Tor . — Y bien ¿en que pararon esos amores?
Tol . — En que la desconocida dejó de ir al Bo-
cio? y yo persuadido de que ella no estaba
en Lisboa sentí un vehemente deseo de de-
jar aquella ciudad y vine á Castilla, en don-
de merced á la protección de Don Iñigo
López de Mendoza obtuve el mando de una
compañía en los Ballesteros de doña Isabel,
logrando la suerte de teneros por compa-
ñero.
7 cr . — ¿Y tuvisteis noticias de vuestra amada?
Tol . — Hace poco fui á Madrid con un mensaje
para el condestable de Castilla y una tarde
vi á Leonor en el Prado de San Gerónimo.
Tor . — Os doi la enhorabuena. . . .
Tol . — Señor marino: El hombre siente en si
cuando comienza la carrera de la vida, un
malestar intimo que no comprende, y espe-
ra mitig ir su anhelo entregándose á las es-
peranzas del amor, ¡mas ay! cuan pronto se
convence de que este no le ofrece por ter-
mino sino amarguras y desconsuelos
Tor — Ciertamente Don Juan, que teneis razón
al definir los sentimientos que agitan á la
juventud; la mia también fué borrascosa
hasta que me lancé en las huellas de la cien-
cia, dedicando mi vida al estudio, del mar.
— 35 —
Tol . — Muchas veces admiré el mar desde las
cumbres de Gibralíaro y desde las murallas
de Cádiz, deseando comprenderlo.
Tor . — Yo lo estudié lanzándome sobre las en-
crespadas olas en las borrascas y entregándo-
me á los suaves balanceos en las calmas; ya
navegando por las costas del Norte, ya por
los mares de Oriente. EL mar señor es para
mi lo que una mujer querida para un joven,
lo que es la libertad para el cautivo. Yo po
soy feliz sino cuando aspiro sus brisas que
dan vigor á mis músculos, ni comprendo la
grandeza del hombre como rey de la crea-
ción, sino cuando desde el combés de un
buque venzo el furor de los elementos de-
sencadenados, con el valor y la inteligencia
y me siento azotar por las saladas espumas.
¡Ah! entonces comprendo yo, débil gusano
déla tierra, que el hombre es hecho por
un Ser Omnipotente á su í majen y semejanza.
Aqu ; , entre los palaciegos que miran
pasar á Colon con la sonrisa del desprecio ó
con necia conmiseración, quisiera mil veces
ser mejor, que un hombre, una fiera de lo*
desiertos ó un águila de las montañas.
Tol . — Admiré el mar desde que lo conocí,
(Se oyen pitos y tambores.)
Tor . — Sin tluda se acerca el Bey, vamos ú nues-
tro puesto. (vansc.)
— 36
ESCENA II.
Leonor y Ximena, aparecen en el cenador.
Xim . — Si el capitán supiera que habéis pasado
toda la mañana detras de la celosía mirán-
dolo; dejaría de estar triste.
León . — Solo aquí puedo conversar contigo li-
bremente; pues adentro siempre hay quien
escuche lo que hablamos.
Xim . — Aqui en este cenador, ú la puerta de
nuestra casa, podéis gozar dé la tarde apaci-
ble.
León . — La Reina doña Isabel, quiso que el cam-
pamento se convirtiera en una ciudad y en
pocos dias se levantasen palacios y se cons-
truyesen las casas en que habitan los nobles
de la corte.
Xim . — Pero decidme señora, ¿porque no ha-
céis saber á don Juan que estáis en Sánta
Fé?
León . — Ya sabes que vinimos de incógnito so-
lo por presenciar la ceremonia déla entre-
ga de las llaves de Granada; pues de otro
modo no habríamos dejado el castillo de Me-
dina Sidonia.
Xim . — Yo creo que pronto terminará la reclu-
sión de la Señora Duquesa, pues según oí á
Don Fortun debe volver en breve á la gracia
de los Reyes.
León . — El hidalgo aragonés se muestra ¡muy
amigo de nuestra casa. Dios quiera que no
lo impulse algún fin secreto. . . .
— 37 —
Xim. — Que locura señora. . . .¿Acaso un hom-
bre tan viejo podrá pensar en amores?
León. — Yo lo miro con terror sin saber por que.
Xim. — Es la causa el amor que profesáis á Don
Juan, y el caballero lo merece por que os
ama con idolatria.
León. — No lo quiero yo menos; pero debiera
olvidarlo.
Xim. — Porque razón señora?
León. — Porque eldia menos pensado los Reyes
ordenaran que dé mi mano á un Ricohome
de la Corte y tendré que obedecer ó encer-
rarme en un convento. (Con aflicción).
Xim. — Animo señora .... Parados que se aman
dicen que hay un ángel protector, y quien
sabe si don Juan consegu rá alguna gracia y
logrará ser vuestro esposo.
León. — De buena voluntad trocaría mi feudo y
mi titulo por un pobre mayorazgo, con tal de
casarme con él. (Sale D. Juan de Toledo de
la galería).
ESCENA III.
Dichos, Toledo, en la galería.
Xim. — Señora ved allí á Don Juan Cuan
triste y- pensativo recorre el campamento.
(Se asoma).
León — No salgas tanto, pues te verá y querrá
hablarme
Xim. — (Apa) te.) (Es lo que quiero). No mira
para estelado. (Se asoma mas).
— 38 —
Léon. — Cuanto diera por verlo feliz. . . . , .
Don Juan — -Todas mis esperanzas se desvane-
cen. Concluida la guerra con los moros ¿que
haré para conquistarme un puesto elevado
que me acerque á Leonor?
Xim. — En Madrid, cuando os vió y le dije que
erais sobrina de la Condesa de Haro se en-
tristeció mucho.
Líon. — Pero no le dirias mas?
Xim. — Me guardé bien desde que así me lo
habiais ordenado.
León. — De modo que el no sabe que soy la he-
redera del ducado de Medina Sidoma.
Xim. — Sabe solamente que sois una dama prin-
cipal, y me pesó mucho habérselo dicho.
Donjuán. — No sé adonde dir : girme, pues no
hay en Europa guerra empeñada que me
ofrezca porvenir Solo realizándose la
empresa ;de Colon podré mejorar de fortuna
ó ir á sepultar en mares desconocidas mí
amor y mis infortunios
Xim. — En vos piensa séñora No lo du-
déis Se asoma y hace señas ci Don Juan)
con un pañuelo).
León. — ¿Qué haces?
Xim . — Una obra de misericordia
Don Juan. — Desde ese cenador me hacen se-
llas con un cendal veamos (se
acerca). Que miro! Xímena ¿donde esta tu
señora?
Xim. — (Aparta las enredaderas). Mirad.
Don Juan. — Leonor de mi alma!
Icón . — ¡Don Juan!
Xim. — Conversen libremente, qne yo avisaré
si alguien viene hácia aquí. (Entra)*
ESCENA IV.
Leonor y Don Juan.
Don Juan — El dolor pone entredicho en el ha*
blar, cuando el alma sigue ciega un camino,
cuyo fin sabe que es la desesperación. . . .
Seis años h<l que os vi en Lisboa, y contados
tengo sus dias, pues desde entonces no vi-
vo, sino cuando logro la dicha de veros. . .
Bien lo sabéis señora Bien sabéis, que
no es culpa mia haber puesto la mirada y la
voluntad tan alto; pues ignoré hasta hace-
poco t empo que la que amó mi corazón con
delirio fuera tan alta y poderosa dama, que
amarla un oscuro soldado como yo, raye en
locura Desde que tal supe dije a mi
alma que os olvide y á mi corazón que de-
je de latir por vos y ambos resisten á mi vo-
luntad y hacen que el labio tenga siempre
vuestro nombre envuelto en un suspiro, y
que la mirada os busque en todas partes.
León . — Los dos podemos quejarnos de nuestra
suerte; vos, por que os hizo poco afortuna-
do; y yo, triste de mi, porque no puedo des-
pojarme de sus dones . . ; .
Don Juan. — Creeréis señora, que la idea de que
algún dia podéis pertenecerá otro me lanza
en horribles torturas?
— 40 —
León. — Ahí no temáis Sabed, que ante»
que dax* mi mano á otro sepultaré en un
convento mi desdicha ..... .Pero olvidadme
caballero, olvidadme y sed feliz
Don Juan. — Debí nacer con mala estrella
Vos señora fuisteis la esperanza que animó
mi horfandad en el mundo é iluminó mi ju-
ventud; faltándome ella, la vida me es abor-
recible y solo podré olvidaros y ser feliz
buscando la muerte ^
ESCENA V.
Dichos yXimetía (sale precipitadamente).
Xim. — Señora os llaman. ( aparte d Leonor) (La
Señora Duquesa ha leidoun mensage de los
Reyes que la entregó don Fortun y os llama.)
León. — Adiós don Juan
Xim. — (| Que tristes válgame Dios !)
Don Juan. — Tan pronto os retiráis! Ved si soy
desventurado. . . .
León . — Por última vez os digo adiós caballero
y olvidadme.
Don Juan. — Pues nos separan imposibles seño-
ra, me alejaré de vos para siempre, pero
concededme esta noche unos instantes ; ten-
ga la dicha de veros y oiros algún tiempo,
y mañana partiré dirigiéndome léjos de Es-
paña
León. — Aqui estaré para la hora de la Queda...
( Vdse con XimenaJ.
— 41 —
ESCENA VI.
Don Juan, ( dirijese á la galería ).
Ella prefiere un convento á ser de otro. . . .
Tanto amor y tanta desventura ! . . Estoy de-
cidido. Si Colon no realiza su viage iré á Ro-
das á pelear contra los turcos, buscando una
muerte gloriosa. No debo permanecer aquí;
la guerra con los moros concluye con 4a en-
trega de Granada y los Reyes me darán fá-
cilmente su licencia. . (Pausa) Si, esta noche
la veré por ultima vez. . . . ( Recorre la gale-
ría) .
ESCENA Vil.
Dicho, Ren Zacuth y Pero Perez, que salen
DELA SEGÚNDA CASA.
Zacuth . — Yo creo señor escudero, que la seño-
ra encuentre alguna distracción á sus pesa-
res, presenciando la gran ceremonia que
debe tener lugar en breve.
P. Perez . — El ultimo Rey moro de Granada en-
tregará solemnemente las llaves de la Ciu-
dad á los Reyes Católicos antes de dirigir-
se al Al'rica. .
Ifen-Zac . — Después de ocho siglos los descen-
dientes de Muza y de Tarif han tenido que
ceder al constante valor de los iberos.
P. Per . — Muy animada debe estar la ceremo-
— 42 —
fcia Por Santiago, que si no fueran las
penas que me pesan mas que los años salta-
na de contento; pero el trájico fin de mi
ilustre señor
Zar. — La señora ha venido a Santa Fé acce-
diendo á nuestros ruegos, pues la desapa-
rición del niño y la pérdida del esposo han
sido dos golpes terribles. .... .Si al menos
hubiéramos podido descubrir algo sobre la
muerte del heredero de Don Kodrigo
P. Per . — Sí vive sera un mancebo tan gallardo
como aquel caballero que se pasea por el
campamento.
Z ac . — Ciertamente ( Contemplando á Don
Juan).
P. Per . — Por la Virgen de Covadonga , que
los años me hacen perder el juicio. .Cree-
réis Ben-Zacuth, ^ue al mirar a ese caballe-
ro, me parece que tiene gran semejanza
con mi finado señor, el ilustre don Rodrigo. .
Ved si habrá mayor locura
Zac . — Pues yo no sé; pero también padezcoja
misma alucinación y mientras mas lo mi-
ro
P. Per . — Nos acercaremos para verle mejor. ,
(Se aproximan).
DonJuan . — Estraño destino el mió
Zac . — Está muy triste y preocupado.
P.Per. — Vamos, ó yo estoy loco ó ese joven
caballero es el mismo retrato de mi señor. .
Zac. — La semejanza es grande.
Per . — Yo no sé pero al contemplarlo se
— 43
me llenan los ojos de lágrimas y quisiera
llegar hasta él y estrecharlo contra mí co->
razón
Zac. — Su estatura es la ra>sma, igual porte, y
sobre todo aquel entrecejo altivo *
P. Per . — Zacuth ¿si será él?
Z acuth. — El niüo tenia una señal notable*
P. Perez. — Un gran lunar sobre el muñón de
la mano izquierda. ...
Zacuth.— Si pudiéramos verle lás manos.
P. Perez. — Por el Cid ! No se dirá qua un vie-
jo soldado vacila como una doncella. . . Yo y
á entablar conversación con ese caballero.
Z acuth. — Decis bien. . . Debemos cerciorarnos.
P. Perez. — Señor caballero. . . (ci Don Juan).
Don Juan. — ¿Que me quiere el hidalgo ?
Zacuth. — (La misma voz,) (aparte.)
P. Perez. — Perdonad... Sois tan parecido á
mi noble señor Don Rodrigo Diaz, ya finado,
que al veros no he podido menos que de-
sear saber vuestro nombre.
Dqn Juan. — Me llamo Don Juan de Toledo, pa-
ra serviros, anciano.
P. Perez — Ah ! también teneis la misma voz
de mi señor é idéntica mirada. . . Decidnos
por el cielo, donde habéis nacido ?
Zacuth . — Sí, decidnos, y perdonad á dos viejos
el que os importunen, los mueve á ello un
noble fin. . . .
Don Juan. — No sé porque me conmueve vues-
tra pretensión, bien estraüa, por*vida mia...
Sabed que ignoro donde nací pues fui halla-
— 44 —
do en un bosque por unos pastores siendo
muy niño y estos me entregaron á mi bien-
hechor don Juan de Toledo. . . .
P. Perez. —Bondad del cielo ! Es él Zaculh, es
él !. .
Zacuth. — Queréis mostrarnos el muñón de la
mano izquierda ?
Don Ju^an. — En el tengo un gran lunar. . Mi-
radlo. . (Se saca el guanlej.
Zaculh. — Ah I es él !
P. Peréz. — Mi señor ! ilustre heredero del feu-
do de Diaz! Permitid al fiel escudero de
vuestro padre que os estreche en sus brazos!
Don Juan. — Anciano, que decis !
Zacuth. — Señor, lo que habéis oido es cierto.
P. Per. — Fuisteis robado del Castillo siendo
muy niño
Ben-Zac . — Y en vano os hemos buscado duran-
te años.
Don Juan. — Estoy maravillado Y mis pa-
dres donde están?
Ben-Zuc. — Venid señor, en aquella casa esta
vuestra madre.
Don Juan. — Ah! conque jo podré decir alguna
vez ¡madre mia! Pero.... y si
P.Per. — Si, seguidnos sin vacilar, no nos enga~
fiamos, vos sois Don Juan Diaz de Sohs. . . .
Don Juan. — Ah! una madre y Leonor
Gracias Dios mió!
P. Per. — Vamos.
Don Juan. — Si, varaos!
En este momento sale Zimri de la casa de Doña
— 45
juana y al pasar le dice Pero Perez con alegría !
P. Per. — Zímri! Mira al hijo de tu señor! (En-
tran en la casa).
ESCENA VIH
Zímri.
(El teatro se oscurece lentamente , las campanas íe-
can á lo lejos la oración , oyéndose el eco de pifa
nos y tambores).
Cobarde moro! ¿Por qué no sepultaste tu puñal
en el pecho del niño! No tuviste valor
y lo dejaste en el bosque, creyendo que las
fieras se encargarían de tu venganza, mas he
aquí, que hoy aparece aquel uiüo converti-
do en hombre, en un gallardo y orgulloso
mancebo á quien tendrás que servir humil-
demente, y la sombra de Jehú se levanta ir-
ritada gritándote con furibunda voz; vén-
game! ¡véngame! Ah! perdona herma-
no mió! esa vida yo te la consagro y te per
tenece, el hijo de tu verdugo morirá, Zimri
te lo jura! Su venganza será como la
déla serpiente Espera Jehú! Espera!
(Salen soldados que encienden los faroles de
la galería y Zímri entra o la casa).
ESCENA IX,
Leonor y Ximena.
Xim. — Es necesario señora, que dominéis vues-
tro pesar.
— 4G
León. — Habrá suerte mas cruel que la mía !. .
Apenas don Juan se aparta de mi con el in-
tento de alejarse de España, se que los Reyes
Católicos me ordenan dar mí mano al odioso
Fortun Sánchez de Avalos. . Razón tenia
para mirar con horror á ese hombre. . . .
Xim. — Pero aun no estáis casada con él.
L:on. — Ni jamas seré sn esposa, prefiero los
claustros de un convento.
Xim . — La señora Duquesa tiene gran interés
en esa unión porque ella la permitirá pre-
sentarse de nuevo en la Corte, de donde es
ta alejado hace diez años.
León. — Y el pérfido Fortun ha sabido obte-
ner de los Reyes la orden de mi enlace con
él, acompañada del cese del destierro de la
Corte a que condenaron á la viuda del Du-
que de Medina Sidonia, por una injusta sos-
pecha (Llora).
Xim. — Cuanto diera señora por veros dichosa..
Permitidme que os haga presente que con
abandonaros á la desesperación nada conse-
guirás.
León. — Y que puedo yo hacer triste de mi !
Xim . — Disimular. . Ganar tiempo y entretener
á D, Fortun y á la señora Duquesa con pre-
testos. De este moJo dais tiempo áque don
Juan pueda elevarse y os haga su esposa.
León. — Olvidas lo que es la voluntad de la Du-
quesa cuando se propone una cosa. No tar-
daré en verme llevada al pie del altar para
dar raí mano á D. Fortun, y solo refugiando'
— 47 —
me en un claustro podré librar me de ser'
perjura á mi amor y á lo que ofrecí aqui ha-
ce poco á don Juan.
Xim. — (Mira). La señora Duquesa y D. Fortun
se acercan á este corredor ; disimulad se-
ñora por el cielo. . .
■ ESCENA X.
Dichos, la Duquesa y Fortun.
Duq . — Leonor ha preferido, venir hasta este si-
tio á disfrutar de la calma de la noche á
estar encerrada en nuestra reducida vi-
vienda.
Fort.— Pronto dejaremos las improvisadas ca-
sas de madera de Santa Fé, en que hoy vi-
vimos por acompañar á nuestros Reyes, pa-
ra ir á disfrutar de las bellezas de los pala-
cios granadinos.
Duq.— Mucho me han celebrado las grandezas
arábigas de la Alliambra y la hermosura de
los jardines del Generalife
Fort . — Dicen que son admirables.
León. — (aparte á Xinicna) (¡Y don Juan que de-
be venir!)
Xim . — (Sí yo pudiera avisarle) (d Leonor).
Duq . — Cumpliendo con el deseo de los reyes,
tan luego como hayan tomado posesión de
Granada y visitemos las maravillas moriscas
que encierra, daremos vuelta para el casti-
llo de Medina Sidonia ú flu de que se cele-
bre vuestro eulace con Jjeonor,
— 48 —
Fort. — -Bien sabéis sefiora que anhelo el honor
de llamarme vuestro hijo.
Duq. — Yo también deseo que se realice en
breve ese enlace, no solo porla honra de
teneros por hijo; sino porque podré volver
á ocupar cerca de los reves el lugar que me
corresponde y del cual fui alejada injusta-
mente por considerarme Don Fernando
cómplice en la muerte de Rodrigo; pues á
vos no pudieron probaros nada á causa del
disfrazóle peregrino.
Fort. — Empeñado el rey Don Fernando en pa-
cificar el reino para realizar la conquista de
Granada, usó con vos señora de una severi-
dad que todos los amigos de la noble casa
de Medina Sidonia, hemos deplorado. (Sale
Don Juan).
León. — (ü Ximena) (Cielos ! Don Juan llega.)
Xim. — (Como avisarle ! Imposible.)
ESCENA XL
Dichos y D. Juais.
Fort í — Hücia aquí viene un hidalgo.
D. Juan — Leonor! Leonor!
Duf-.—Á quién buscáis caballero? (separando las
hojas).
León. — (¡Dios mió!) Caballero. . . .
D. Juan. — Señora.
Duq. — A quién buscáis caballero? (con altivez).
Aquí solo hay una Leonor y esa es mi hija
á la que nadie osa llamar familiarmente. . * *
— 49 —
Fort. — Se habrá equivocado el hidalgo»
D. Juan. — Perdonad señora, vine aqui buscan-
do á una noble dama á quien amo hace años
y juzgándola sola la llamé por su nombre;
pero como lo que iba é decirle ó ella ahora
en particular, ansiaba repetirselo en presen-
cia de sus padres, doi gracias al cielo de que
ésten presentes en este instante.
Duq. — Hablad caballero. . . .
Xitn. — [Que dirá).
D. Juan — Sabed señora que hace seis años que
amo con la idolatria y el respeto que merece
á vuestra noble hija. . . .
Fort . — ¡Insolente!
D. Juan — Hace poco que conociendo la elevada,
condición de la que amaba había decidido
alejarme para siempre de ella; pero el cielo
bondadoso ha permitido que unos fieles ser’
vidores de mi padre me reconocieran, de-
volviéndome á mi familia, que es délas mas
nobles y poderosas. Y pues la suerte ha que-
rido que me escucharais llamarla, os ruego
perdonéis mi imprudencia y me concedáis
la mano de la que no dudo me aceptará por
su esposo.
Duq. — Oís doña Leonor lo que dice el hidalgo?
J.eon. — Madre mia perdonad....
Duq. — Y bien decid ¿quien sois caballero?
D. Juan — Señora soy 1 ). Juan Dial de Solis.
Duq . — Que decís!
León. — ¡Ah!
Duq . — Desdichada! ¿como habéis podido olvida-
— 50 —
ros de quien sois, correspondiendo al amor
del hijo del que mató á vuestro padre?
León. — Os juro que lo ignoraba!
D. Juan — ¡Que oigo gran Dios!
Duq. — Venid.... (d Leonor) Alejaos caballero
de esta casa. .. .Entre la vuestra y la de
Medina Sídouia no puede existir mas que
un odio eterno! vamos! (vanse)
Don Juan queda confundido.
D. Juan — Señora!. ...
Duq. — Os lo repito: antes su muerte, que ser
vuestra esposa.
León. — Ah madre mia!
Duq. — Partamos.
D. Juan — La he perdido!. . . .infeliz!
FIN DEL ACTO I.
ACTO H.
' *
DECORACION.
Salón ducal en el Castillo de Medina Sídonia ; á Id
izquierda un balcón con cortinaje ; d la derecha
dos puertas practicables. En el fondo un estrado
con el trono 'ducal y d la derecha de este una
puerta secreta. Él Salón estará adornado con
retratos de guerreros y trofeos y amueblado con
sillones y una mesa con un candelabro y en éste
bujías encendidas.
ESCENA I.
La Duquesa y Fortun Sánchez de Avalos.
Duq . — Cuatro meses corrieron desde la noche
eu que el hijo de Rodrigo Diaz tuvo la auda-
cia de pedirme la mano de Leonor, y apesar
de mi deseo aun no se ha verificado vuestro
enlace con ella, á causa de la grave enferme-
dad que la acometiéra.
Fort . — Doña Leonor se sorprendió tanto con
el atrevimiento de Don Juan Diaz de Solis;
que de resultas de la sorpresa aun padece.
Duq . — Después creí que aquel mozo no estaba
— 52 —
en su juicio ; pues solo un demente podría
haberme hecho tal petición. ¿ Acaso es posi-
ble que mi hija sea la esposa del hijo del
que mató á su padre ?
Fort. — Según él mismo dijo hacía poco tiempo
que descubriéra su origen, y no es por tal
motivo estraño que ignorase el justo odio
que profesáis á su casa. De otro modo su
pretensión hubiera sido un insulto para tos,
que yo habria vengado señora
Duq. — Sois muy generoso procurando discul-
par al de Solis: y sin embargo yo tengo
pruebas de que su atrevimiento raya en lo-
cura
Fort. — Si os- dignáis decirme
Duq. — Como el honor de mi casa debe intere-
saros os prevendré, que el audaz caballero
hace dias que ronda este Castillo, y aun le
han oido cantar unas trovas bajo los balco-
nes de Leonor
Fort. — Ya Es decir que pretende ser mi
rival? (con frialdad).
Duq. — Ah! sino temiera al Bey Don Fernando
que aun me tiene confinada por una razón
de Estado yo haría que mis vasallos azotaran
al insolente doncel, mandándolo colgar de
una almena para que sirviera de pasto á las
aves de rapiña!
Fort. — Haríais muy mal señora; porque tal co-
sa os atraería la enemistad de los Beyes y
la ruina de vuestra casa.
Duq . — Es lo cierto DonFortun, que los nobles
— 53 —
han dejado de ser señores de horca y cuchi-
llo y han contribuido con sus lanzas y ba-
llestas á la conquista de Granada, para que-
dar siendo esclavos de la corona
Fort . — Hay mucho de verdad'en lo que decís;
pero sin embargo don Femando el Católico,
ha creado un poder que vale masen ciertas
ocasiones que los fueros de un señorío. . . .
sabiéndose hacer uso de él ; con- inten -
clon).
Duq . — ¿Sin duda os referís al Santo Oficio, Ó
sea Tribunal de la Inquisición, como otros
le llaman?
Fort . — Si por cierto; y creed señora que no
hay nada mas formidable que ese tribuual
cu} o brazo alcanza íi nobles y pecheros y el
cual sabe penetrar en el interior de los pala-
cios y de las cabañas y escudriña hasta las
conciencias....
Duq . — En Castilla todavia no hemos visto fun-
cionar á la Inquisición, aunque hace años que
se estableció en Aragón, por eso no conozco
bien lo que puede ese Tribunal.
Fori . — Sabed señora que el Santo Oficio fun-
ciona en Aragón desde 1484, y yo como hi-
dalgo aragonés, he tenido ocasión de apre-
ciar y conocer lo que vale y lo que puede.
Figuraos que esc Tribunal procura tener fa-
miliares ó adictos en todas partes y en todas
las clases de la sociedad, y de ese modo lo-
gra saber cuando quiere lo que pasa en el
interior de un hogar. . , ,
— 54 —
D uq . — Estraño espionaje.
Fort . — Con él consigue la Inquisición que el
señor sea vigilado por sus vasillos y estos
lo son á su vez^por sus señores.
D uq . — ¿Y con que fin?
Fort . — Con el de purgar el Reino de hereges...
Una denuncia basta para poner en movimien-
to al Santo Oficio, que procura ejercer su au-
toridad con prontitud y misterio, y aquella
persona, sea ella noble ó plebeya, sobre la
cual pese el anatema de la Inquisición, es
tomada una noche al llegar á su casa, al sa-
lir de un convite ó en su mismo lecho, por
un grupo de familiares vestidos con el sayal
y el capuchón de los penitentes negros,
siendo conducida i un oscuro calabozo. . .
D uq . — Y si resiste alguno ?
Fort . — Una mordaza lo enmudece y un oscuro
velo cubre sus ojos, que no vuelven á ver
la luz del sol, sino para contemplar la hogue-
ra en que termina el sentenciado por la In-
quisición, á no ser que sea sepultado vivo. .
J)uq . — i Me hacéis temblar !
Fort . — Mas temblaríais Duquesa de Medina
Sidonia, si hubierais visto como yo los cala-
bozos de la Inquisición; los potros y borce-
guíes que sirven para dar tormento á los
reos y el San-Benito conque deben vestirse
al ir á la hoguera !
Dvq . — Terrible Tribunal debe ser ese. . . .
Fort . — Lo es tanto, que habiendo sido creado
por los Reyes, reservándose estos el dere-
— 55 —
cho de nombrar al gran inquisidor, es hoy
mas fuerte que ellos, y aun los hace temblar
también....
Duq . — ¿Y por qué no lo destruyen?
Fort . — Porque no pueden.
Duq . — Pues jo creo. ...
Fort. — ( Interrumpiéndola .) Señora!..... Con la
Inquisición, silencio !
Duq . — Pero. . . .
Fort . — Ella lo Té y oye todo. . . .
Duq .— No comprendo. . . .
Fort — Teneis algún enemigo ? Deseáis desha-
ceros de algún importuno que estorbe á
vuestros planes de ambición? Ansiáis here-
dar en vida algún pariente poderoso ? Qué-
reis castigar la insolencia de algún vasallo ?
Pues bien : haceos familiar de la Inquisición
y acusadle de cualquier heregía, y el que
denunciéis desaparecerá de repente sin de-
jar rastro alg'uuo detrás de si. . . ...
Duq . — Ah !. . . . Ya comprendo
Fort . — Gracias á Dios señora que al fin com-
prendéis. . . . ( Con mucha intención.)
Duq . — Perdonad Don Fortun si ignorando vues-
tro valer con la Inquisición. . . .
Fort. — Silencio. . . . D. Fernando me ha honra-
do confiándome la vijilancia de esta parte
del Reino. Para impedir que los piratas ber-
bériscos se pongan de acuerdo con los mo-
ros recien subyugados y asolen las costas de
esta Andalucía, ha puesto á mis órdenes, co-
mo sabéis, todos los hombres de armas de
— 56 —
Sevilla, Xerez y San Roque. Con una. pa-
labra dispongo de muchos soldados aguer-
ridos; pero mi poder nada seria Duquesa si-
no dispusiera también del poder del Santo
Oficio.
Duq. — Cumpliendo con la orden del rey os di
señor el mando de mis gentes de armas; te-
neis la llave de esa puerta que abre sobre
la escalera que conduce á la capilla y como
esta comunica con la población podéis pe-
netrar á toda hora en la fortaleza sim im-
pedimento, si algo mas necesitáis, avisad. .
Fnrt. — Mucho me honra siempre vuestra con-
fianza, y os ofrezco que sabré corresponder
á ella castigando al que intente mancillar
el honor de vuestra casa, como supe venga-
ros (con intención).
Duq. — Disponed como os parezca y conside-
raos como dueño y señor de mi castillo. . . .
Fort. — Si no fuera imprudencia quisiera me-
recer la honra de saludar á doña Leonor.. .
Duq. — Debeis disculpar su retraimiento, pues
hace dias que no sale de sus aposentos á
causa de su salud; pero voy yo misma A no-
ticiarle que deseáis verla y pronto la po-
dréis saludar, (vaso por la derecha).
ESCENA II.
Eortütí.
El halcón se hará dueño del Castillo. El Cató-
— 57 —
íico Rey Don Fernando de Aragón está su-
mamente interesado en que se realice mi
enlace con la heredera de este feudo. Fi-
nes de alta política inpulsan al Rey á procu-
rar que sus aragoneses tengan poder é in-
fluencia en Castilla para que de este modo
la unión de ambas coronas sea cada vez mas
sólida. Por mi parte confieso que á pesar de
mis años la hermosura de doña Leonor in-
teresa mi corazón; y hoy ademas por orgu-
llo no desistiría de mi empeño en ser su es-
poso aunque él me costara la vida A
no dudarlo Don Juan Diaz de Solis es ama-
do, bien claro me lo dijo lo ocurrido en
Santa Fé, y esta idea me atormenta con el
gusano roedor délos celos He queri-
do indagar y hacerme de intelijencias en el
Castillo del de Solis, donde cuento con el
moro, recien bautizado, el cual, gracias á
un buen caballo viene á Medina Adarme no-
ticias; talvez estará en la capilla, pues orde-
né á un escudero lo hiciera venir aqui. .
Veamos. ... (Se acerca d la puerta secreta de
junto al trono, la abre y toca suavemente un pi~
to de plata). Imprudente mancebo, Guay de
tí, si intentas disputarme á Leonor.
ESCENA III.
Dicho yZimri en la puerta secreta.
Fort. — Avanza. . . .¿Que tienes que comunicar-
me?
— 58 —
Zim. — Señor. . . . Cumpliendo con vuestras ór-
denes lie observado á Don Juan Diaz de So-
lis y hace algunas horas le vi ordenar á su
escudero le tuviera prontos los caballos, pues
se proponía ver esta noche á Doña Leonor,
con el fin de decidirla á que lo siga á su
castillo, donde está todo pronto para su en-
lace.
Fort. — Estas cierto de lo que dices?
Zim. — Tanto señor, que salí recatadamente y
tomando en el bosque mi caballo vine 4 da-
ros aviso. . . .
Fort. — Bien; aguarda y llevarás al Prior de los
agustinos un mensage. (Necesito prevenir
al Santo Oficio) [aparte)
Zim. — (Duda de mi) ( aparte )
Fort . — Moro ¿no te has equivocado?
Zim. — Señor Bien sabéis que sirvo al
Santo Oficio con la mayor decisión y leal-
tad.
Fort. — Ay de ti si asino lo hicieras! Pues aun-
que te has bautizado conservas el turbante
y no ignoras que sin mi protecciou figura-
rías en el primer auto de fé
Zim. — La capitulación de Granada ha conce-
dido á los moros el uso de sutrage y aun la
práctica de su religión, y yo me bautizó vo-
luntariamente, aunque no me obligaban ¿ por
que dudar de mi, Señor?
Fort. — El turbante dice mal con el bautizo, y -
* su uso es imprudencia en un cristiano
nuevo.
Zini. — -Señor, hijo del Africa, el turbante libró
mi cabeza de los ardientes rayos del Sol y
del abrasador soplo del Símoun del Desier-
to, y antes que abandonarlo morirá, Zimri.
... .No miréis la cabeza del moro, gran se-
ñor, mirad su corazon ; en él está la verdad.
Mi aviso es cierto
Fort. — Aguarda, y si alguien llega ocúltate en
la escalera (vuse por la derecha )
ESCENA lili.
. Zimri.
¡ El primer auto de fé ! No ignoro que ese es
el fin que me destinas el dia en que no te
sea necesario, pues así lian concluido en
Aragón muchos de mis hermanos ¡Ah!
Cristianos, raza cruel! Vosotros tiranizáis á
los moros hoy, burlando la capitulación de
Boabdil y les dais á elegir entre la muerte y
el perjurio.... No contentos con obligar-
los al bautizo, queréis despojarles de su tur-
bante, y con tales medios pensáis arrancar
de su alma el amor á Mahoma, y el odio que
ós profesan hacerlo callar en su corazón!
No! No! el moro os aborrece, calla y disi-
mula anhelando vuestra ruina y como el es-
clavo que mira por la espalda á su señor
con el ojo hambriento del tigre, los millares
de moros que viven ocultando con sonrisas
sus iras y desesperación, desean venganza,
— 60 —
y sobre todo quieren ser hombres!. .'TT
(Pausa) Oigo pasos (Mira) Es él.
ESCENA V.
Dichos y Don Fortun.
Fort. — Toma. (Le dd un pliego). Conduce inme-
diatamente este mensage á la villa y en-
trégalo á Rui Gómez, Prior de San Agustín.
Zim . — Sereís obedecido (vase por donde entró).
ESCENA VI.
Fortun, despüks la Duquesa, Leonor y
Ximena.
Fort . — No me inspira gran confianza este mo-
ro ; pero es el único de los servidores de
Diaz de Solis con quien puedo contar; pues
siendo los demas vasallos cristianos viejos,
hubiera sido locura fiarse de ninguno de
ellos. A este lo hará fiel el temor de la ho-
guera, aunque le falte buena voluntad. A
qui llegan las castellanas.
(Entran por la derecha la Duquesa y Leonor,
esta apoyada en Ximena).
Duq . — Mirad don Fortun á la enferma Cuando
supo que deseabais verla se animó á salir
de su aposento, para llegar hasta este salón.
Fort . — Dias hace doña Leonor que soy hues-
— 61 —
ped del Castillo sin que haya logrado la di-
cha de yeros.
Lean . — Debeis haber sabido señor que aun es-
toysufriendo de mi enfermedad, y por tanto
no debió pareceros estraüo que permane-
ciese sin salir de mis aposentos.
Fort. — Ciertamente, pero considerad señora
que á veces el cariño es receloso y como y o
os amo, me han parecido siglos los dias que
he pasado sin veros y sin oiros.
Duq . — Teneis razón Don Fortun, en algo de lo
que decis, pero es injusto vuestro recelo,
pues Leonor os mira como ásu futuro es-
poso, y os ama, aun que con el recato que
coresponde á su nobleza y decoro.
León. — (Ah ! que tormento ! (aparte).
Fort . — Los R*y es Católicos esperan solamente
que se efectúe nuestro enlace para demos-
trar su real aprecio á la ilustre casa de Me-
dina Sidonia, con importantes mercedes.
Duq . — Yo ansio ese momento, para visitar la
Córte de que estoy alejada hace tantos
años.
Xim . — (Animo y recordad que esta noche de-
béis, verlo), (aparte á Leonor).
León . — (Tiemblo por él), (ü Xímcna.)
Fort . — Ño hace mucho que recibi un mensage
en el que los Reyes me ordenaron vigilar la
costa hasta la isla de León, afin de impedir
que los piratas berberiscos invadan de
acuerdo con algunos moros de los que mal
sometidos conspiran, y en él Don Fernando
— 62
me pedia noticias de mi enlace
Duq. — Le diréis á Su Alteza la causa de la de-
mora
Fort. — -Al comunicarle que todos los hombres
de armas de este feudo los mandé con di-
rección á San Lucar, dije á Su Alteza algo
sobre el estado déla salud de doña Leonor.
Duq. — Y eréis don Portun que los moros se
atrevan ?. .
Fort. — Por si acaso tengo que avisar ú varios
nobles vecinos para que esten prevenidos ;
pues recibí una denuncia dé planes piráti-
cos. . . .
León . — Cuanto sieuto señor que el mal estado
de mi salud me haga faltar á los deberes de
una cortesan a castellana.
Fort — Estáis disculpada señora, y yo os ruego
perdonéis el que os haya hecho dejar vues-
tro retiro, solo por cumplir con el deseo que
tenia de veros.
Duq. — Puesto que debeis ocuparos en el mejor
servicio de los Beyes, nos retiraremos, pues
como observáis Leonor está todavia muy
débil.
Leon.-^- Iba ü pediros esa gracia. . . .
(Se levantan todos.)
Fort. — Siento que bayais dejado vuestro reti-
ro, estando indispuesta; pero eso aumenta
mi gratitud
León . — Sé que sois un buen amigo de la casa
de Medina Sidonia y que teneis derecho á
mi estimación
— 63 —
Duq . — Vamos Ya os he dicho señor Don
Fortuu que dispongáis como dueño de este
Castillo, (con intención).
Fort . — Permitidme que os acompañe. . . . (van-
se todos).
ESCENA VII.
Doií Juan DiazdeSolis, (entra, por la puerta
secreta).
Gracias á la llave de esta puerta secreta, que
me dió Ximena, puedo entrar en el interior
de este Castillo.
No debe tardar Ximena, pues vi distintamen-
te en su ventana la luz que me sirve de se-
ñal para poder llegar con seguridad á este
salón.
ESCENA VIII.
Dicho, y Ximeiía.
Xim . — Señor don Juan pronto anduvo vuesa
merced en llegar aqui, pues hace pocos ins-
tantes queme arrepeutide haberos avisado.
Don Juan — Por que ?
Xim . — Porque la Duquesa hizo venir á. mi seño-
ra hasta aqui, por satisfacer el deseo que te-
nia de verla, el impertinente don Eortun, y
no tuye tiempo para retirar la luz de la ven-
tana.
— G4 —
Don Juan — Oí murmullo de voces y aguardé
que cesara todo rumor para abrir la puerta
secreta. Pero di ¿ como está Leonor ? ¿ Yen-
drá en breve aquí ? ¿Consentirá en seguir-
me ?
Xim. — Por el cielo señor ¿ como queréis que
conteste á tantas preguntas á la vez ?
Don Juan — Duelete de mi anhelo y habla.
Xim . — Ya os dije que no hace mucho que fué
obligada mi señora á oirías palabras de Don
Fortun, y la violencia con que estuvo es-
cuchándolo ha empeorado su salud.
Donjuán — ¡Ira de Dios 1 Si alguna vez ese
hidalgo se pone en mi camino, por el Cid,
que mi espada procurará abrirse paso hasta
su corazón, que es mui villauo tiranizar á una
muger queriendo obligarla á lo que su cora-
zón rechaza.
Xim. — Yo creo señor, que aunque con grau di-
ficultad por lo escaso de sus fuerzas, mi se-
ñora os ha de seguir, pues ya es imposible
que permanezca mas tiempo en este castillo
teniendo que sufrir la persecución de Don
Fortun y las tiránicas ecsigencias de la Du-
quesa, que sin consideración alguna quiere
obligarla á que dé en breve su mano al hi-
dalgo aragonés.
DonJuan — Una litera escoltada por un grau nú-
morode mis leales vasallos capitaneados por
el valiente escudero de mi padre, está pron-
ta al fin de esta escalera y mis brazos tienen
bastante vigor para conducir á la que amo
fuera de su prisión. Yé, y dila que la a guari-
do con ansiedad.
Xim. — Iré al punto ; pero tened precaución,
pues douFortum puede venir y sorprende-
ros.
D. Juan — Pierde cuidado, que no me han de
sorprender. . . . (Vase Ximena).
ESCENA IX.
Don Juan, despües D. Fortun yun soldado.
D. Juan — Una vez en mi castillo, la bendición
del cielo y de mi madre harán mi esposa á
Leonor, y entonces que vayan la Duquesa
de Medina Sidonia y su protejido, donFortun
Sánchez de Avalos á sacarla de allí. Mas al-
guien llega, me ocultaré en este balcón. (Se
oculta tras de las cortinas)
Fort. — (i aparece con el soldado) Aqui tienes es-
tos mensages. En el momento partirás en-
tregándolos al Marques de Priego y al Conde
de A.rcos.,Quiero que al salir el sol te encuen-
tre cerca de tu destino. ( saluda el soldado y
vase)¿
D. Juan — ( Oculto ) (¿Que planes tendrá el hidal-
^ go?)
Fort. — Todo lo tengo dispuesto y si esta no-
che se atreve D. Juan Díaz de Solis á llegar
cerca de este castillo, el Santo Oficio se en-
cargará de sepultarlo para siempre en un
oscuro calabozo, y yo podré ser dueño de
— 66 —
Leonor y aumentar mis riquezas y mi p oder
con este señorío.
D.Juan — ( Oculto ) (Que villano!)
Fort . — Algunos fieles servidores están ocul-
tos cerca del foso y al pie de los balcones
de doña Leonor, por si intenta el de Solis
algún escalamiento Voy yo también.
A vigilar. (Vase por la derecha).
ESCENA X.
Don Juan.
*
El mal caballero piensa deshácerse detói, se-
pultándome en los calabozos de la Inquisi-
ción, modo seguro de librarse para siempre
de un rival; pero se ha olvidado el aragonés
que contra las mordazas y los San-Benitos
del tremendo tribunal tienen los caballeros
como yo su espada y su valor. Yole diré al
mal nacido que intenta robarme tan villa-
namente la que adoro, lo que vale Juan
Díaz de Solis, sepultando mi acero en su ne-
gro corazón; y esto Io*haré en cerrado palen-
que y en presencia de los Reyes Católicos,
que aun gracias al cielo no están del todo
abolidas las leyes déla caballería No
hay tiempo que perder, prevendré á Pero
Perez haciéndola señal convenida para el
caso de un peligro
(Abre la puerta secreta y hace sonar clebilmen-*
te su trompa A
— 67 —
ESCENA XI.
' Dichos Leonor y Ximena
(Leonor camina apoyada en Ximena demos-
trando debilidad.). •
Xim . — La señal Señora! Avanzad ,
Don Juan . — Un sueño cruel me parece al con-
templarte Leonor y ver el cambio que en tí
han operado los pesares. . . .Te miro y creo
ver la sombra de aquella gallarda espa-
ñola, que vi enagenado tantas veces en el
prado del Rocío, allá en Lisboa.
León . — Perdona amado mió el que no te mues-
tre en este instante sino el aspecto del su-
frimiento, á pesar de que el amor que abri-
ga mi corazcn es tan grande como mi volun-
tad.
Don Juan . — Ya sé que todos tus pensamientos
me pertenecen y que asi como la idea de
llamarte mi esposa basta para alentar mi co-
razón, el tuyo anhela’, también lo mismo.
León . — ¿Acaso podría yo vivir sin tí? Triste fué
mi juventud como W tuya; unió el destino
nuestras almas desde la primer mirada y los
obstáculos que solían opuesto á nuestra di-
cha solo han servido para acrisolar nuestro
amor.
D. Juan — Los dias que nos aguardan serán mas
felices, sígueme, los instantes son precio-
sos; en mi castillo te espera la dicha.
León. — Déjame que por última vez tienda una
— 68
mirada en torno de los lugares en que nací,
y permite á la hija que se vé obligada á
huir de los brazos de su madre se despida
de ella con el alma, rogando al cielo la per-
done su crueldad y la haga dichosa. . . .
D. Juan — No vaciles
( Leonor se aproxima á la puerta derecha y Don
Juan abre la puerta secreta).
León — Adiós madre mia. . . . Muy pronto derra-
marás amargo llanto al recordar el ri-
gor con que trataste á tu h ; ja, y aunque es
inmenso el amor que profeso A Don Juan
Diaz de Solis, no dejaría en el silencio de
la noche el hogar de mis padres, sino fuera
para huir de un enlace odioso.
Xim. —Señora, valor, partamos. . . .
Don Juan — Leonor, ven.
León . — Te sigo esposo mió.
(En este momento se abre una puerta y aparecen
Don Fortun y los inquisidores.
León. — Ahí qué veol
Xim. — ¡Jesús nos valgal
ESCENA XII.
Dichos D. Fortun y los inquisidores.
D. Juan — ¿Qué significa esto? ( Desenvaina la es*
pada)
Fort. — Significa imprudente doncel, que en el
castillo de Medina Sidonia hay quien sepa
impedir que una dama se olvide ciegamen-
— 69 —
te de su decoro, y quien sepa castigar á los
atrevidos raptores de nobles doncellas!
Don Juan. — Si no os tiembla el acero enlama-
no avanzad mal caballero, qne apesar de los
sayones que os acompañan os enseñaré lo
que es un hidalgo de Castilla, comparado
con un villano de Aragón!
Fort . — A mi tal injuria! (Riñen, Leonor y Xime-
na huyen).
(D. Juan cierra con Fortun y le dd una es-
tocada).
Don Juan — Ten, villano !
Fort. — Ah! Soy muerto! ( cae sobre una rodilla
y dice á los inquisidores). Cumplid vuestras
ordenes! (Sacan puñales y avanzan los inquisi-
dores queriendo cercar á D. Juan y este descri-
biendo circidos con la espada los contiene).
D. Juan. — Yiles instrumentos de la alevosía;
secuaces de ese Tribunal oprobio de España;
avanzad; que la espada de un caballero sa-
brá castigaros, aunque se deshonre manchán-
dose con vuestra sangre!
Aparecen Pero Perez y soldados por la puerta
secreta izquierda..
Fort. — Matadlo cobardes! (d los inquisidores).
ESCENA XIII.
Dichos, Pero Perez y soldados.
P. Per. — Llegué á tiempo (Vive Dios!
(Pero Perez y soldados caen sobre los inquisi-
dores d estocadas }.
— 70 —
D. Juan . — Atrás miserables!
Fort . — Ah! Maldición! (espira).
P. Per . — El hijo vengó al padre; justicia de
Dios!
FIN DEL SEGUNDO ACTO.
ACTO III
DECORACION.
El teatro representa la cubierta de la. carabela de
Juan Díaz de Solis. A la izquierda el timón , la
bitácora y encima un anteojo ó catalejo de larga
vista; d la derecha el palo de mesana con las
escalas y el mastelero de sobremesana ; en el
fondo la borda del combés-, con una gran porta
de recibo: horizonte, y en el estremo izquierdo
el cerro de Montevideo. Es de noche al comenzar
el acto. Y el dia aparece según indica la acción.
Contra la borda del lado del timón un banco.
ESCENA I.
Francisco del Puerto, cerca del palo de mesana ,
Después Don Juan Díaz de Solis y Don
' Francisco de Torres.
Puerto — Poco falta para que termine mi cuarto
de guardia y el maldito moro aun no regre*
sa de tierra. . . . Como estuvo aqui en 1508
«on Pinzón y Solis, comunicó entonces con
— 72 —
los indios charrúas y conoce á su cacique
Zapican. El moro es quien nos ha servido
para tantear el estado de los indios, los que
se han mostrado pacificos y amigos.»..
Ahora después de lo que Zimri convenga
con el cacique veremos si logro cumplir «on
mi comisión, satisfaciendo los deseos del
Santo Oficio. Aqui llegan Solis y su segun-
do Torres. (Se aprocsima tí la borda y Solis y
Torres entran por el primer término de la iz-
quierda y se sientan junto al timón.)
SAis — Cada vez estoy mas contento de haber
realizado este viage, pues las regiones de
que vamos á tomar posesión para España son
magnificas, y este gran rio es admirable.
Tor . — Y estando los indios tan mansos y tan
de paz como nos ha dicho Zimri, la toma de
posesión podrá hacerse con todas las for-
malidades que el Rey nuestro señor ordenó.
Solis — El morofué el único que comunicó con
los charrúas, cuando estuvimos aqui en 1508
pues su color y hasta su trage le hacen sim-
pático para los indios, y según él, Zapican y
los suyos están de amistad.
Tor .-— Yo deseo que vuesa merced tenga oca-
sión de recorrer estas costas para que aban-
done su negra meláncoíia. Diole Dios al
hombre los pesares mezclados con las ale-
grias, y. debemos procurar consolarnos hu-
yendo de pensamientos tristes.
D. Juan . — Habéis dicho bien don Francisco, el
cielo nos dá talvez los bienes y los males
en justa proporción; aunque asi no le parez-
ca al hombre; por eso yo como buen cristia-
no me resigno á vivir, sin que por ello pue-
da jamas olvidar mis penas, desde que el
Todo Poderoso me consérvala memoria pa-
ra que las recuerde á cada instante.
Tor . — Yo creí señor que durante los años trans-
curridos y que habéis pasado en Portugal , y
viajando, os habríais consolado un tanto, de
la pérdida de doña Leonor.
Don Juan. — Ah! no lo creáis! Jamas olvido á la
que fué el encanto y la esperanza de mi ju-
ventud; y hoy que los años y la esperiencia
han madurado mi razón, comprendo cuanto
valen para el hombre las afecciones de la
familia.
Tor . — Ciertamente que obtener una virtuosa
compañera, madre de hijos que nos honren,
es el mayor bien que podemos desear sobre
la tierra Por eso mismo os reprocho
el que no hayais fijado vuestra atención en
alguna otra dama, ya que Dios no quiso que
doña Leonor fuera vuestra.
Don Juan . — Creed don Francisco que hay cier-
tos corazones que no aman mas que una sola
vez en la vida, y también ciertas almas que
como la de Colon no pueden ser felices sino
consagrándose á una gran idea. Almas asi,
sufren la miseria, las injusticias y las perse-
cuciones con resignación, como los prime-
ros cristianos sufrían el martirio, sin dejar
de amar por eso á la cruz.
Tor . — Eso que decís señor don Juan es muy
cierto, y lo vemos diariamente, aunque mu-
chas veces sin comprenderlo ni apreciarlo.
D. Juan — Si Colon no hubiera descubierto un
Nuevo Mundo, yo habría ido á las misiones
de Oriente ó á guerrear contra los turcos;
pero encuentro tan grande y tan noble el
llegar á países desconocidos y tomar pose-
sión de ellos para llevar ¿i sus habitantes el
cristianismo y los bienes déla civilización,
que como sabéis, he dedicado á esta gran
obra mi vida y mi fortuna.
Tor. — Todos, en España os miran con respeto
admirando vuestra virtud y valor, y Su Alte-
za el Rey Don Fernando os ha dado mas de
una vez pruebas de su estimación.
D. Juan — Es cierto; pues sin su amparo hácia
mí, la inquisición me habría emparedado,
porque defendí mi vida luchando como ca-
ballero y herí de muerte al asesino de mi
padre, cosa que me obligó á retirarme á
Portugal.
Tor . — Y por Dios y mi ánima creo, que aunque
el tal Fortun estuvo bien muerto, habríais
hecho mal en volver á España sin ser llama-
do y protegido por el Rey, pues la inquisi-
ción os aborrece, y os habría hecho su víc-
tima.
D. Juan — Fortun Sánchez de Avales que era dél
Santo Oficio, quiso robarme á Leonor sepul-
tándome en un calabozo de la inquisición, y
tal vez habría sido victima en el Castillo de
— 75 —
Medina Sidonia sin el auxilio de Pero Pere2$
jmas ayl el susto y congoja de aquella no-
che agravaron la enfermedad de mi amada
y poco después la per di para siempre. . . .
Tor. — Que terrible tribunal es el de la Inqui-
sición. . . .
D.Juan — Ved ahí lo que es el mundo. . . .Una
nación valiente y poderosa que logra des-
pués de una lucha de ocho siglos arrojar de
su suelo á los moriscos y reunir bajo un cetro
las coronas de Castilla y Aragón; tiene hoy
que sufrir, ver menoscabada su gloria y su
grandeza por los errores y crímenes de ese
negro tribunal peor que el de los diez de
Venecia, . . .
Tor. — No estraño señor D. Juan que os abor-
rezca tanto la Inquisición, pues os habéis
declarado su adversario.
D. Juan — No será jamás el odio que me profesa
el Santo Oficio mas grande que el que me
inspira.
Tor. — Si os parece comenzaremos á ocuparnos
de los preparativos para la ceremonia de la
toma de posesión.
D. Juan — Decís bien. El dia se acerca, y ten-
go mucho que disponer. Vamos á la cá-
mara. ( Vanse por donde vinieron)
ESCENA II.
Puerto t después Zimri.
(Puerto sale de detras del palo de mesana xj avan-
za mirando para donde entró Solis.)
— 76 —
Puerto — Imprudente marino. ... Si tu supieras
lo que puede la Inquisición no la habrias
desafiado tantas veces con tus insultos. . . .
Sin la protección del Rey un oscuro calabo-
zo guardaría tu soberbia. ... El Santo Ofi-
cio no pudo castigarte en España ; pero yo
vengo aquí para impedir que vuelvas jamas
á ella. . . . Para esto fui colocado de Alférez
en tu carabela y tengo á mis ordenes á tu
servidor Zímri, que es un hábil familiar. . . .
Aqui está. (Zimri salta por cima déla borda
después de oirse el ruido que hace un bote al
chocar.)
Zim. — Todo marcha bien. Con el pretesto de
pescar tomé el bote y pude llegar con la os-
curidad de la noche hasta la costa ; consi-
guiendo ver á Zapican. . .
Puerto — Y te hiciste entender ?
Zim. — Ya sabéis que la otra vez cuando estuve
aqui tuve trato con los indios, y parte por
señas y parte con palabras me hago enten-
der y los entiendo.
Puerto — Y no desconfían de ti ?
Zim. — No señor. El color- de mi rostro y mi
trage hace que me miren como á un adivino
y que me respeten.
Puerto — ¿Y tu comisioD ?
Z Un. — Zapican promete apoderarse de D. Juan
Diaz de Solis y de todos los que lo acompa-
ñen
Puerto — Eso es. Entonces yo tomo el mando
de esta carabela y zafando con la oscuridad
— 77
de la noche délos otros dos buques de la
armada, que han quedado fondeados á gran
distaucia, volveremos á España en donde
daré cuenta al Santo Oficio del desempeño
de mi comisión y haré que este recompense
tu zelo. . . . (Emparedándote.^ ( aparte .)
Zim. — Yo cumplo con mi deber. . . .
Puerto. — (Se oye sonar el ultimo cuarto en la cam-
pana.) Me retiro, pues mi cuarto de guardia
acabó y no conviene que nos vean hablar.
Vigila y acuérdate que si no cumples bien
te aguardará en España una hoguera
(Vase por la derecha segundo término.)
ESCENA III.
ZlMRI.
Amenaza imbécil !. . El africano se vengará
pronto de todos. .. Necio. . . ¿Crees, que
cuando Zapican se haga dueño de Solis y
de los insolentes caballeros que lo acompa-
ñan, gracias á Zimri ; este será tan torpe
que vuelva contigo á España para seguir
siendo esclavo, ó talvez para que la Inquisi-
ción sepulte con él en un calabozo el secres-
to que le ha confiado. . . (Itie sorda y sardo *
nlcamente.)
Esta noche cuando no queden en la carabe-
la sino algunos ignorantes marineros, clavaré
mi puñal en el corazón del espia del Santo
Oficio, y echaré su cuerpo al rio. Entonce#
,78
yo que soy práctico en la navegación de es--
tas aguas, tomaré el timón y dirigiré la ca-
rabela de modo que salgamos al mar sin ser
vistos por los otros barcos, y decidiré fácil-
mente á todos á dar la vuelta para España.
ETos me creerán y podré conducir el buque
á las costas de Africa, y seré libre al fin!. .
Si, allí el nombre de Zimri se hará famoso
entre los corsarios berbériscos y tembla-
ran los cristianos al oirlo pronunciar!...
(amanece lentamente ).
Ya comienza el diay deben dar principio los
aprestos para la toma de posesión Yo
ocupo el puesto de primer timonero, he de
quedar aquí, Voy á proa (vase).
(Sigue aclarando el día y se oye el pito del
contra maestre, sintiéndose rumor á proa
y un cañonazo de la bombarda).
ESCENA IV.
Marquina, Alarcon y Pero Perez.
Marquina. — Mirad. . .Mirad y decidme si jamas
habéis visto una perspectiva mas bella?
Alare . — Es magnífica.
P.Pe'r. — Por vida 'mia que me parece estar
viendo al Rio Guadalquivir y á sus costas
en la mañana de San Juan.
Marquina , — Que playas tan limpias que
frondosas arboledas; y entre los bosques
cuan gran número de flores y de pájaros
hermosísimos!
79
P. Per . — Sobre todo señor Marquina, que cié-
lo tan claro y que aires tan puros .
Alare . — Teneis razón señor escudero, pues hay
países en América de una belleza que encan-
ta y en los que sin embargo hallamos los
europeos la muerte que nos da tu clima.
P. Per. — No: pues lo que es aquí; yo creo que
por el clima podríamos morirnos de viejos..
Marquina — Pero mirad aquel riachuelo. . . .No
divisáis aquella canoa indiana que corta el
agua como una flecha, impulsada por una
espadilla de madera, que mueve el indio
conductor?
P. Per . — Ciértaménte que sí.
Marq . — Sabéis lo que me parece este hermo-
so y plateado rio, con sus serenas aguas y
pintorescas orillas en que veo árboles con
racimos de flores blancas, encarnadas y ama-
rillas, á los que enlazan lianas y estrafias.
enredaderas?
Alare . — Os parece talvezun lago de Suiza?
Marquina — No por cierto, esta es mas bella y
mas grandiosa; me parece uno de aquellos
admirables paisages que he visto en el Al-
cázar de Madrid, pintados por el flamenco
Van-D¡k; pues todo aquí presenta un color
y una armouia tan sublimes; que la natura-
leza parece adornada por el arte y despoja-
da de lo áspero y grosero.
P. Per . — Mucho me gusta este rio, y solo sien-
to que 1 as otras carabelas hayan quedado
fondeadas tan lejos de la nuestra; para qué
80 —
disfrutaran como nosotros de estas vistas.
(Se oyen pífanos y tambores ).
Marquina. — Ya comienzan los preparativos pa
ra el desembarque.
ESCENA Y.
Dichos, Solis, Torres, Puerto, Zimri, marinos
y Soldados. Estos con estandartes , y cruces de
madera y vestidos con el coselete y casco; arma-
dos con picas y espadas. Todos entran y forman
sobre cubierta con orden. Los marinos usarán un
saijo corto y birrete ó gorra de lana redondo. So-
lis aparece con un pliego en la mano.)
Solis — Híjodalgos, Oficiales del Rey, Soldados
y hombres de mar : vosotros todos los que
venís en esta armada por la voluntad de
Dios y para el servicio de Su Alteza D. Fer-
nando el Católico, Rey de España é Indias,
ved lo que él ordena en la manera como de-
be tomarse posesión de las tierras descu-
biertas ; y para pública notoriedad oid :
(Alarga el pliego á Marquina.)
Marq. — Oid. (Leyendo) «La manera que habéis
«de tener en el tomar la posesión de las
«tierras é partes que descubrieredes, ha de
«ser : que estando vos en la tierra ó parte
«que descubrieredes, hagais ante escribano
«publico y el mas número de testigos que
«pudieredes, é los mas conocidos que hobie-
«re, un acto de posesión en nuestro nombre,
«cortando árboles é ramas é cavando é ha-
— 81
«ciendo sí hobiere disposición, algún pe-
«queño edificio, é que sea en parte donde
«haya algún cerro señalado ó árboles gran-
«des ; é decir cuantas leguas está de la mar,
«poco mas ó menos, é á que parte é que se-
«ñas tiene; é hacer alli una horca é que al-
«gunos pongan demanda ante vos ; é como
«nuestro capitán é juez lo sentenciéis é de-
«termineis de manera que en todo toméis
«la dicha posesión ; la cual ha de ser por
«aquella parte donde latomaredes é por to-
ado su partido é provincia ó isla, é de ello
«sacareis testimonio signado del dicho escri-
«bano, en manera que faga fé. Fecho en
«Mansilla.á los 24 dias del mes de noviem-
«bre, 1514 años. — Yo el Rey.»
Solis — Cumpliendo con lo ordenado por su Al-
teza vamos á ir á la toma de posesión de la
tierra que veis, y para ello os encargo ávos,
mí segundo en la armada, capitán y piloto
Don Francisco de Torres, el mando y cuida-
do de ella, hasta que dé la vuelta, con la gra-
cia de Dios; y á vos Alférez Real Don Pero
Perez, os doy el mando y disciplina de los
hombres de armas de esta carabela; reco-
mendando á todos en nombre del Rey, núes
tro Señor, obedezcan fielmente al capitán y
piloto Don Francisco de Torres, que hará las
veces de mi persona.
P.Per . — (Voto ha! Como soy viejo, no me lle-
va con él!) ( con sentimiento aparte .)
Sohs — Vos, Alférez Don Francisco del Puerto,
6
— 82 —
vendréis al mando de la guardia de desem-
barco, acompañándome en unión del Factor
Marquina y del Contador Alarcon.
Puerto — (aparte) (¡Maldición! Me lleva con él!)
(Abren la porta y descienden al parecer Solis, Mar-
quina, Alarcon , Puerto y seis soldados; dos con-
duciendo cruces y uno un estandarte ; los demas
quedan formados sobre cubierta , y toca la músi-
ca una marcha guerrera.
ESCENA VI.
Torres, Pero Perez, Zimri, Soldados y
Marinos.
Zim. — (El plan se frustró). (Aparte).
Tor. — Tomaré el catalejo. ( Torres toma el anteojo )
P. Per. — Estoy de muy malhumor, porque don
Juan, juzgándome viejo no ha querido lle-
varme consigo.
Tor. — No lo toméis á injuria; pues ya sabéis
que según las noticias que trajo Zimri, no
hay peligro que temer.
P. Per. — Ya sé que me estima mucho mi señor,
pero es cosa dura para un soldado viejo el
que se le considere como á un páge.
Zim. — (Si hubiera previsto este cambio me
habria quedado con los indios) {aparte).
Tor . — Está tan sereno el rio, que el bote con
la latina se desliza sobre las plateadas aguas
con la rapidez de una flecha. (Mira con el
anteojo) Ya llegan á la costa.
— 83 —
P. Per . — Pronto fueron.
Tor. — Cuasi sin necesidad del anteojo puede
verse la ceremonia
P. Per. — ¿Y estáis seguro que los indios no
trataran de impedir el acto?
Tor. — El moro ha dado todas las seguridades
y espJicaciones necesarias. (Se oyen alaridos
de indios , á lo lejos).
Zim. — fSoy perdido!) (aparte acercándose á la
borda).
P. Per. — Esos gritos horribles?
Tor. — (Mirando) Gran Dios! Que veo!
P. Per. — ¿Que sucede?
(Se oyen nuevos alaridos y los soldados mues-
tran ansiedad y movimiento, mtmor etc.)
Tor. — Ali! Una nube de indios se lanza de en-
tre los montes y acomete á Don Juan y á su
comitiva! {mas alaridos salvajes y tiros).
P. Per. Ah! perro moro, nos has vendido!
Tor . — Pelean y se defienden!
P. Per . — Virgen del Carmen, sálvalos!
Tor , — ¡Ah!, (alaridos de indios y mosquetería).
P. Per . — Los vencen?
Tor. — ¡Que horror! todos van ha perecer!
P. Per . — Traidor muere! ( á Zímri desembalan-
do la espada).
Zin. — ¡Jehú, estas veDgado! (se arroja al rio).
Tor . — Todos han muerto!
P. Per . — ¡Y yo do fui con él! [Caen de rodillas
Pero Pcrez y los soldados y marineros).
Tor . — Soldados y marinos de esta armada, ro-
gad á Dios por el alma del noble y generoso
— 84 —
Caballero Don Juan Díaz de Solis, y por las
de aquellos que lo acompañaron, y demos la
■vuelta para España!
Se oye el pito del contramaestre y un disparo
de cañón. La música mientras Torres decla-
ma los versos tocará un aire fúnebre, suave-
mente.
Adiós Solis, marino generoso
De alma grande, valiente y confiada,
Tu quisistes humano y animoso
No emplear los rigores y la espada
Para vencer al indio belicoso,
Y la vida perdiste en la cruzada:
Por muchos siglos guardará la historia
De tu trágico fin, triste memoria.
Un diallegará, talvez lejano;
En que los ecos del gigante rio
Repetirán el nombre del hispano
Que descubrirlo quiso con gran brio,
Y entonces algún pueblo americano,
Rico en ilustración y en poderio
Honrará tu memoria dignamente. . . .
¡Adiós Solis, descansa eternamente!
Se oye un disparo de canon, al concluir Tor-
res, y las voces de los marineros levando el
ancla , y cae el telón.
FIN*
P R E C I O :
US.. PESO NACI0U4I.
Se baila de venta en lás Librerías Españolas
óe*Rr.vL Y Prado en Montevideo y Buenos
Aires, donde también se venden las siguientes
obras del mismo "áut ml*
S;a
pp-
, t obre el Bi^íiMla lo ^ ™ .
H r % *sta «Je Irgislapírtíi y Jn-
rispritdenria . publicada en
Buenos Aires Priores .. •,
Mac a Sf£:\s ‘"CE ? v A vr.:,s, ’
LOT Y Tp’ST' >Y 'Í V
Iví CatoHeii^io y el
en Ja América épl $id. . . < 1 *.
D.errfo^ y Fawiíi^íasi, rimas. « ?•• v
J.v-i Vine «leí A ire. eebecion de ar-